El título original de Falsa identidad (2002, Sarah Waters) es Fingersmith, un término que en la novela define a personas muy talentosas en el uso de sus dedos con fines delictivos. Es un juego de palabras: un smith es un herrero, un goldsmith es un orfebre y un fingersmith es un maestro carterista, un ratero profesional.
Aunque traducir el título es complejo, creo que no es lo más adecuado llamar Falsa identidad a una novela que requiere que la leas con la mínima información para no estropear sus giros e intrigas. Porque ahí te lo dejan: hay una falsa identidad por ahí escondida. Y te vas preguntando: ¿será este personaje? ¿O este otro? ¿O aquella que parece tan sospechosa, la que tiene una falsa identidad?
Además, Falsa identidad suena a melodrama de Travolta.
Sin embargo, lo de que hay carteristas y ladrones varios sí que lo sabes desde el principio. Estamos a mediados del siglo XIX, y la protagonista es Susan Trinder, una de las ladronzuelas que vive en una casa de un barrio obrero de Londres en el que no nos sorprendería ver a Oliver Twist haciendo un cameo. Susan es una huérfana de diecisiete años que ha sido criada por la señora Sucksby, una granjera de bebés que los cría para luego vender a parejas que no pueden tener hijos o que simplemente necesitan mano de obra. Tanto bebé en la casa sería insoportable, pero la Sucksby conoce el truco para mantenerlos tranquilos: una dosis de ginebra dos o tres veces al día y parece que no hay niños.
En este sórdido ambiente, Susan ha encontrado un hogar. Por eso, cuando un tipo al que conocen como «el Caballero» llega y le propone un negocio que les hará ricos, le cuesta aceptarlo. Se trata de trasladarse con él a una mansión con la intención de sacar dinero —mucho— a una solitaria e inocente heredera, Maud Lilly.

Y hasta aquí puedo contar. Si quieres más, lee la sinopsis del libro, pero no te lo recomiendo. Es demasiada información.
Lo que sí compartiré es todo lo que (en mi opinión) Sarah Waters ha metido en esta novela: los ingredientes que ha mezclado perfectamente y que han dado lugar a un producto nuevo, más de 600 páginas de esas que se leen intentando que los ojos no salten de línea para saber cuanto antes qué está pasando.
- Novela gótica: si te gustaron Jane Eyre o Cumbres Borrascosas, no deberías perderte Falsa identidad. Aquí tenemos algo que no puede faltar en una novela gótica: una gran mansión que vivió tiempos mejores, cubierta de hiedra y en un paraje hermoso pero con un toque siniestro. Es Briar, la decadente casa señorial en la que habita Maud con su tío, un individuo huraño y repelente que hace que el Rochester de Jane Eyre parezca adorable.
- La «locura femenina» en el siglo XIX. De nuevo, recuerda a Jane Eyre y el inquietante hecho de que Rochester tuviera encerrada a la loca de su mujer en la buhardilla de su casa. ¿Cómo pudo Jane llegar a considerar eso aceptable? Pues porque era algo bastante común, tristemente. Una mujer podía acabar en un hospital psiquiátrico (conocido entonces como manicomio) solo por no ajustarse al rol impuesto por la sociedad. Se le colocaba la etiqueta de histérica o de neurasténica y hala, encerrada. Un problema menos. En Falsa identidad vemos el funcionamiento de uno de esos manicomios desde dentro.
- Costumbrismo dickensiano. Como Dickens, Walters toma el punto de vista de las clases sociales más bajas que habitan una gran ciudad: el Londres de los callejones y la niebla densa como puré de guisantes.
- Novela policiaca. Pero de las primeras, tipo La mujer de blanco (1860), de Wilkie Collins. Falsa identidad nos plantea un rompecabezas, una historia narrada desde distintos puntos de vista que pone a juego las dotes deductivas de sus lectores.
- Romance. En concreto, romance lésbico. Es como un Orgullo y Prejuicio en el que el señor Darcy se pavonea delante de Elizabeth Bennet mientras ella le hace ojitos a su mejor amiga, Charlotte.
Y dirás: qué pastiche. Cierto, esto podría haber sido un Frankenstein (el monstruo, no el doctor ni el libro), o un folletín (que no, no viene de Follet). Pero creo que no, que funciona bastante bien. Que engancha pese a algún giro que roza lo inverosímil, pese a un ligero exceso de páginas, especialmente en la parte central que no quiero contar. Waters escribe con un ritmo narrativo muy rápido, que te hace girar páginas a toda velocidad. Es capaz de describir perfectamente a un personaje con un par de pinceladas, pero también de frenar la narración para detallar el interior de una habitación en la mansión que habita Maud. La atmósfera aflora de las páginas como en uno de esos libros infantiles desplegables; te rodea hasta el punto de que, cuando cierras el libro (o apagas el eBook) necesitas un rato para emplazarte de nuevo en el presente, para volver al siglo XXI.
La galesa Sarah Waters (1966) fue finalista de los premios Booker y Orange con este libro. Es conocida sobre todo por sus romances lésbicos victorianos, aunque en libros posteriores ha experimentado con épocas más recientes y con protagonistas heterosexuales (El ocupante, 2009). En sus años de estudiante universitaria, escribió una tesis sobre la pornografía victoriana, trabajo que le dio mucho material para sus futuras novelas, entre ellas esta Fingersmith.
Falsa identidad no es una novela histórica típica, ni una novela decimonónica escrita desde el presente. Waters hace una reescritura del periodo victoriano, de las narrativas de esa época. A la vez que toma el patrón, el molde de una novela gótica con tintes dickensianos, Waters subvierte la manera en que se ha escrito tradicionalmente sobre el pasado al introducir elementos modernos que no podríamos encontrar en el canon literario de la época, como la relación lésbica y las escenas eróticas explícitas que contiene Falsa identidad. Vamos, que si la leyeras pensando que es de una Brönte o de Dickens, al llegar a esos párrafos te darías cuenta de que no, de que es una obra contemporánea. Y no es que no hubiera algo de literatura lésbica en la época victoriana (aunque no se conociera con ese nombre). Tenemos, por ejemplo, los diarios de Anne Lister (1791-1840), que recientemente se han llevado a la TV con la estupenda serie Gentleman Jack, protagonizada por Suranne Jones. Peeero, Lister escribió sus diarios como diarios (algo que no esperaba que acabara publicado y mucho menos convertido en algo llamado serie) y aún así se preocupó por ocultar las partes que hacían referencia a sus relaciones con un código secreto que fue descodificado en los años 80 del siglo XX.

El código de Lister.
Diarios de Lister aparte, las relaciones entre mujeres en obras literarias victorianas se mostraban de forma muy velada, como amistades más o menos intensas que solo se han analizado muy recientemente, cuando los estudios queer comenzaron a revisar trabajos literarios clásicos como (de nuevo) Jane Eyre, centrándose en la relación entre Jane y Helen, en concreto en las líneas en que la primera describe la belleza de la segunda, para después afirmar que la admira con todo su corazón.
Volviendo a la novela gótica, en 1872 se publicó la novela serializada Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu, precursora no solo de las novelas de vampiros, incluyendo el Drácula de Bram Stoker, sino también de la literatura lésbica ya que presenta la relación entre una inocente joven y la vampira que da nombre a la novela.

No fue hasta el siglo XX cuando la literatura lesbiana comenzó a salir del armario. Por eso, la obra de Waters se despega de sus referentes victorianos, al presentar las relaciones entre las protagonistas con un lenguaje de la época pero sin tener que recurrir a dobles significados, subtextos o códigos secretos. Como referentes contemporáneos, te gustará si te gustó La mujer del teniente francés (1969), de John Fowles, o Posesión (1990), de A.S. Byatt.
Más información:
- Diarios de Anne Lister: fuente de la imagen.
- Fingersmith fue llevada a la TV en una miniserie de la BBC y al cine por el coreano Park Chan-wook (La doncella, 1916), que traslada la acción a la Corea de los años 30. No he visto ninguna de las dos, pero estoy tratando de echar el lazo a esta última, que tiene buena pinta.
He visto «La doncella», que me gustó a ratos. El libro parece mucho más interesante, al menos después de leer tu excelente análisis. Creo que era Foucault en su «Historia de la locura» quien recogía el caso documentado de un marido que encerraba a su mujer en el manicomio para quedarse con su fortuna, por supuesto la excusa era lo de menos. Apunto esta novela. Saludos 🙂
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Pues yo me apunto el de Foucault, que no lo he leído. En la lista tengo también «The Female Malady», de Elaine Showalter, que parece interesantísimo. Según los estándares victorianos, creo que mi marido tendría motivos de sobra para conseguirme plaza en un manicomio. La época es muy fotogénica para películas y series, pero prefiero quedarme donde (y cuando) estoy. ¡Un saludo!
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