Las 7 casas de Coraline

La casa de Coraline es un fantástico ejemplo de escenario de novela gótica, un personaje más con un papel central en la historia.

En este tipo de literatura la localización, el lugar donde habitan los personajes, es clave para el desarrollo de la trama. Si en los orígenes de la novela gótica los escenarios eran castillos, criptas o monasterios, poco a poco evolucionaron hacia marcos más familiares para el lector, como casas, calles, o apartamentos. 

Y quizás te preguntes qué diferencia hay entre la literatura de terror o de horror y la gótica. Sabrás que te responderé aunque no te lo hayas preguntado. La RAE nos dice que:

  • El terror es un «miedo muy intenso».
  • El horror es un «sentimiento intenso causado por algo terrible y espantoso».

En literatura, el género de terror genera miedo a través de cosas o seres reales que se comportan de manera extraña, como ocurre con Los pájaros de Daphne du Maurier. El horror incluye elementos sobrenaturales, como monstruos, vampiros, o alienígenas. Otra definición se basa en la sensación que genera en el lector, como esta definición tan gráfica que nos dejó el experto en literatura gótica Devendra Varma (The Gothic Flame):

«La diferencia entre terror y horror es la diferencia entre una aprensión terrible y la constatación repugnante: entre sentir el olor a muerte y darse de bruces con el cadáver». 

Ambos géneros se pueden entremezclar, pensemos por ejemplo en El Resplandor, de Stephen King donde se combina el terror (la locura del alcohólico y muy real Jack Torrance) con el horror (los fantasmas del Overlook). 

En la novela gótica podemos encontrar tanto terror como horror y, muchas veces, un cruce de ambos géneros. No todo el terror ni el horror es gótico. Para el gótico, es muy importante la casa: entiéndase aquí por casa un contexto sobrenatural y un escenario arquitectónico o natural, que puede ser un castillo, una abadía, una mansión, unas ruinas, un bosque oscuro, lugares que ya de por sí generan un cierto pasmo. 

La novela gótica surge en Inglaterra con El Castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole, un autor con pedigrí: era primo del almirante Nelson (sí, el manco de Trafalgar) e hijo del primer primer ministro del Reino Unido (sí, el primer primer). Educado en Eton y en Cambridge, pronto se vio en la necesidad de tener una mansión en el campo, preferiblemente un castillo, propiedad imprescindible para no ser el hazmerreír de la aristocracia. Había comprado una casita en Twickenham, un lugar de moda entre la élite de la época por su cercanía a Londres, pero la propiedad no tenía la grandeza requerida. A Walpole le fascinaba la arquitectura medieval y reformó la propiedad hasta convertirla en Strawberry Hill, un castillo neogótico que puso de moda el estilo que se conoce como «Strawberry Hill Gothic». La villa se encuentra hoy en un barrio del sur de Londres, convertida en un museo que admite visitas presenciales o virtuales descargando su app

Walpole considerando si añadir gárgolas a su castillo. ¿No te recuerda a Fred Astaire?

Bien, ya conocemos el furor de los contemporáneos de Walpole por el gótico. En este marco, el hombre escribe la obra cuyo título original es The Castle of Otranto — A Gothic History. Y así queda inaugurado el género de la novela gótica, cuyos ingredientes incluyen una mezcla de realismo y ficción sobrenatural: ruinas, castillos tenebrosos, pasajes secretos, fantasmas, etc. Walpole tiene el mérito de haber creado una plantilla que sus descendientes literarios, los escritores del Romanticismo, llevaron a la cima del género: Matthew Lewis, Ann Radcliffe, Mary Shelley, Edgard Allan Poe, o Gustavo Adolfo Becquer. La tradición continúa después con autores como Henry James, Oscar Wilde, Bram Stoker, Hp.P. Lovecraft, Daphne du Maurier y llega hasta nuestro días con Anne Rice, Carlos Ruiz Zafón, Stephen King y Neil Gaiman, entre otros.

Y como ya hemos revisado el camino desde Otranto hasta la casa de Coraline, vamos a meternos en harina: a por Coraline (2002) de Neil Gaiman.

Coraline (2002)

Y dirás —con razón, siempre—: pero, ¿a cuento de qué viene todo este preámbulo si Coraline es literatura juvenil? 

Pues porque en Coraline confluyen dos géneros que, de entrada, parecen incompatibles. Tenemos elementos góticos (esa casa, lo sobrenatural, la soledad de la protagonista) y es literatura infantil o juvenil. Como dice el propio Gaiman, eso no es nada raro: ¿no te acuerdas de Hansel y Gretel? Sus padres los abandonan un día en medio del bosque, porque no tienen comida para los cuatro, así que mejor librarse de los niños, que tienen la mala costumbre de comer. Intentando volver a casa (sí, querían volver) encuentran una casita de lo más apetitosa, hecha de dulces, en la que vive una vieja bruja ¡que come niños! Aunque puede parecer todo muy orgánico —los niños sobran en casa porque falta alimento, pero ellos pueden servir de comida para otra persona hambrienta—, ¿le contarías esta historia a tus hijos antes de ir a dormir? Si lo haces, asegúrate de tener la nevera siempre llena.

Vamos a la casa: la novela empieza con Coraline Jones explorando su nueva vivienda, una casa grande y muy vieja que ha sido dividida en apartamentos. Tiene un desván bajo el tejado y un sótano; está rodeada de un jardín cubierto de maleza e incluye elementos que denotan una cierta grandeza en tiempos pasados, como una pista de tenis abandonada o una rosaleda con rosales raquíticos e infestados de moscas. El escenario es, sin duda, gótico.

Coraline y sus padres viven en uno de los cuatro apartamentos. Otros dos más están ocupados, mientras que el cuarto está vacío, aún en venta. Antes de la división, se accedía a ese piso desde la sala de estar de los Jones, en la que aún está la puerta que llevaba al otro lado de la casa, cerrada con llave pese a que está tapiada. 

Nadie parece hacer mucho caso a Coraline: ni sus padres, ambos teletrabajadores y siempre muy ocupados, ni los estrafalarios vecinos, que insisten en llamarla Caroline. En uno de sus recorridos por la casa buscando qué hacer para matar el tiempo, Coraline ve que la puerta tapiada está abierta y que los ladrillos han desaparecido. Al adentrarse en ese lado de la casa, descubre una vivienda amueblada y habitada por unos clones de sus padres, inquietantes ellos porque tienen botones en lugar de ojos. Pero hay que decir en su favor que parecen mucho más interesados en prestar atención a Coraline que sus verdaderos padres. Y aquí me paro por si no las has leído. ¡Léela! 

Como en cualquier narrativa gótica, la casa es mucho más que un telón de fondo de la historia. Su papel es central, tanto en la trama como en la creación de la atmósfera que necesitamos para sentir lo que siente Coraline, primero aburrida y luego fascinada por ese mundo aparentemente ideal que se encuentra al otro lado de la puerta—si te recuerda a la Alicia de Lewis Carroll, es porque tiene mucho en común: son dos niñas cansadas de la monotonía de sus vidas, curiosas y aventureras; las dos encuentran excitante el nuevo mundo que descubren, aunque pronto desearán volver a la normalidad, apreciando las cosas buenas de lo malo conocido—.

El libro está ambientado en Inglaterra, en un lugar no especificado, en el campo o en las afueras de algún pueblo. El entorno es clave para reforzar la idea de aislamiento social que percibe Coraline. Vemos contrastes también: ella es la única niña. Con 11 años, no puede conectar con los vecinos, todos tan desvencijados como la propia mansión. Las vecinas actrices, viejas glorias del teatro, viven rodeadas de perros también ancianos. Ellas, como la casa, han vivido mejores tiempos.

Las casas que sirvieron de inspiración para Coraline

La inspiración para construir esta casa de ficción en la novela surge de distintas fuentes. Vamos a verlas una a una: nos sirven para ilustrar cómo funciona la mente de un escritor al construir sus escenarios.

1. Littlemead, en Sussex: la casa de la primera edición de la novela

En la introducción, Gaiman nos da detalles: ambientó el libro en el apartamento donde vivía entonces en Littlemead, una gran casa victoriana en Nutley, en el sur de Inglaterra. Empezó a escribir la historia para su hija mayor, entonces una niña, y eligió el escenario conocidos de la casa familiar. La casa estaba dividida en varios apartamentos, al igual que la de Coraline, y Gaiman y los suyos ocupaban uno de ellos.

2. La casa gótica en Mineápolis

El autor tardó varios años en escribir Coraline, porque lo hacía como un proyecto personal más que comercial. Lo empezó en Nutley para su hija mayor, y lo acabó en Estados Unidos para su hija menor, cuando toda la familia vivía en una antigua casa gótica con torre incluida, igualita —según el propio Gaiman— a la casa de la familia Adams.

3. La casa de la primera edición de la novela

Vemos una silueta muy parecida a Littlemead en la portada original del libro.

4. La casa de Coraline en la película

El Pink Palace, la casa de Coraline en la película de animación de 2009 (Los mundos de Coraline en España), es básicamente la casa real de Gaiman en Mineápolis, pero rosa.

5. La casa de la puerta tapiada

La idea de la puerta que se abre a un tabique de ladrillos procede de la casa en la que Neil Gaiman vivió de niño, que también era un apartamento en una casa grande y antigua dividida en dos viviendas.

6. La habitación de las visitas

Es esa habitación que antaño se reservaba solo para invitados, con los mejores muebles de la casa, tal y como lo había visto en casa de su abuela, y que en Coraline se convierte en el salón donde está la puerta tapiada. 

7. La casa de la novela gráfica

Esta casa se ha colado en la lista. Lo justo es ponerla aparte, porque la encontramos en la novela gráfica ilustrada por P. Craig Russell, que eligió como modelo de casa el Templo Masónico de Kent en Ohio. Aunque seguro que Gaiman le dio el visto bueno, no podemos atribuirle la idea. 

La verdadera casa de la Coraline de la novela gráfica (Imagen: Wikipedia / JonRidinger)

¿Existe la casa de Coraline?

La casa de Coraline, la del libro, no. No existe, por si no ha quedado claro. Circulan leyendas de Internet que dicen que sí, que hubo una especie de Coraline real que apareció muerta en casa de su abuela con botones en los ojos. Hay hasta fotos. Es todo falso. Pero nos gustan las leyendas, por eso se comparten y se acaban replicando de manera exponencial, como las células del embrión de un monstruo.

Coraline es ficción. Las fuentes de inspiración citadas por Gaiman son:

  • Las historias que inventaba junto con su hija Holly en su casa de Littlemead.
  • La casa de la puerta tapiada ya mencionada arriba.
  • El cuento «La nueva madre» de la escritora victoriana Lucy Clifford.

Otra fuente reconocida por sus lectores más avezados y la crítica son los dos libros de Alicia (Lewis Carroll), gato parlante incluido. Posiblemente beba también de la leyenda germánica del doppelgänger. Y, dado el interés de Gaiman por la mitología y el folklore, hay por ahí buenos vídeos que explican los hilos que unen a Coraline con las historias que su creador debía conocer en detalle. Porque Gaiman, como Whitman y Dylan (y como tú, y como yo), «contiene multitudes». Es decir, que todo lo que Gaiman es (y escribe) proviene de lo que se ha escrito o dicho antes. Y que su influencia también bañará lo que se escriba después.

¿Se pueden visitar las casas que inspiraron a Gaiman?

Littlemead y la casa de Gaiman en Mineápolis son privadas. Respecto al templo masónico, parece que en el pasado se podía visitar, aunque lo que ves en la novela gráfica es el exterior y puedes echarle un vistazo con bastante detalle en Google Maps.

Más información:

  • Si tienes Amazon Prime, puedes leer gratis la novela gráfica de Coraline con Prime Reading. Es gratis cuando escribo esto: asegúrate de que lo sigue siendo antes de enviarla a tu Kindle, porque una novela gráfica en pantalla pequeña no es lo más cómodo de leer.
  • Banda sonora de la película en Spotify:

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