Lo que hacemos en las sombras es una especie de The Office con vampiros.
Al igual que la rompedora serie de Ricky Gervais, Lo que hacemos en las sombras (What We Do In The Shadows, desde 2019) es una serie con formato de falso documental en el que un equipo de televisión sigue la vida cotidiana de un grupo de vampiros residentes en Staten Island: vampiros en la Nueva York del siglo XIX.
La premisa de la serie creada por Jemaine Clement ya se probó (con éxito) en el largometraje neozelandés del mismo título escrito por y dirigido en 2014 por el propio Clement junto con Taika Waititi. Así es como vendieron la serie:
Vendimos la serie como una especie de «inmigrantes de época»: son extranjeros, pero no solo de un país diferente sino también de una época diferente, y su casa es como una máquina del tiempo que no cambia mientras el mundo va cambiando a su alrededor.
El humor surge de las situaciones cotidianas —que no despeinarían a un humano medio contemporáneo— con las que tienen que lidiar estos seres que apenas recuerdan que fueron humanos hace siglos, cuando la vida era muy diferente. No solo tienen que seguir las míticas reglas de los vampiros (no salir de día, dormir en un ataúd, esperar a que te inviten para entrar a una casa, etc): también tienen un lado tierno de abuelos a quienes los adelantos tecnológicos les ha pillado ya demasiado mayores como para tratar de esforzarse en entenderlos.

Los episodios de las tres temporadas no llegan a la media hora y el punto de vista va cambiando entre los peculiares habitantes de la siniestra mansión:
- Nandor el Implacable (Kayvan Novak) es un vampiro de 700 años oriundo de un país extinto en la zona que hoy ocupa el sur de Irán. Nandor se cree el líder del grupo y los demás le permiten que lo siga creyendo, pese a que luego hacen lo que les parece.
- Nadja (Natasia Demetriou) tiene más de 500 años y es de origen griego. De familia humilde —más bien paupérrima—, fue convertida por el Barón Afanas, un vampiro casi milenario y supremacista que cree que los suyos deberían gobernar el mundo.
- Laszlo Cravensworth (Matt Berry), es el marido de Nadja. Obsesionado con el sexo y con una gran facilidad para convertirse en murciélago y para hipnotizar a la gente, tiene más de 300 años y es de origen inglés.
- Colin Robinson (Mark Proksch) es harina de otro costal vampiril: él se alimenta de energía. Una de esas personas que te cuentan historias aburridísimas hasta dejarte para el arrastre. Él se recarga con toda la energía que tú pierdes mientras escuchas.
- Guillermo de la Cruz (Harvey Guillén) es el único habitante humano de la casa. Fascinado con los chupasangres desde que vio al Armand de Antonio Banderas en Entrevista con el vampiro, Guillermo lleva más de una década trabajando como sirviente (o familiar) de Nandor, con la esperanza de ganarse su conversión a vampiro, pese a enterarse de que es un descendiente de Van Helsing.
Antes de ver el primer episodio de esta serie, mis expectativas estaban por las nubes. En primer lugar, porque había visto la película, que me gustó tanto que ya siempre veré cualquier cosa que haga Taika Waititi (incluyendo su salida del territorio indie al dirigir una de Marvel y uno de los mejores episodios de The Mandalorian). En segundo lugar, tengo debilidad por los vampiros. Y tercero: uno de los protagonistas es Matt Berry haciendo un papel muy similar al del jefe de The IT Crowd (una serie que vuelvo a ver cada vez que necesito unas risas), pero con colmillos: es un actor con una voz resonante y muy reconocible que me resultaría gracioso leyendo el soliloquio de Hamlet.
Así que nada podía ir mal.
Sin embargo, la primera temporada me pareció floja, mucho menos valiente que la película, con poca ironía y un humor mucho más suave, inofensivo, norteamericarizado. Hay que tener en cuenta que aunque la premisa del falso documental viene de la película, los protagonistas de la serie no son los mismos. En ambos casos son vampiros inmigrantes de origen europeo, pero son personajes diferentes. Para mí, el gran hallazgo de la serie frente a la película es el ya mencionado vampiro energético Colin Robinson. Y hay un episodio muy superior al resto, «El juicio», con cameos de otros vampiros de película como los propios Taika Waititi y Jemaine Clement, además de Tilda Swinton o Wesley Snipes, entre otros.
Aún así, me animé a ver la segunda temporada. Y ya me fue gustando más. Ahí pudimos ver a Mark Hamill haciendo de vampiro en un episodio en el que brilló especialmente Matt Berry.
Pero la tercera temporada es la que me ha hecho venir aquí a hablar de la serie. En su tercer año, los vampiros han madurado y, ya exprimidos casi todos los tópicos vampíricos, se profundiza más en las relaciones entre ellos, en los problemas que trae consigo la convivencia. El humor se ha vuelto más negro, algo más salvaje (aunque aún tiene recorrido), manteniendo la comedia física característica de la serie (sirva como ejemplo un vampiro que sale despedido por los aires impulsado por la fuerza de su propio vómito tras ingerir comida humana… que al parecer que les sienta muy mal a los vampiros).
El final de la serie, que no quiero spoilear, deja el listón bien alto y con giros que dejan material de sobra para que la cuarta temporada (ya renovada) sea aún mejor.
Si no las has visto, te recomiendo que le des una oportunidad a Lo que hacemos en las sombras salvo que seas muy fan de la saga Crepúsculo y no lleves bien las parodias (sí, aquí también hay hombres y mujeres lobo).
Y aunque no veas la serie, dedícale unos segundos a sus créditos iniciales, por la canción You’re Dead (de Norma Tanega) que le va como un guante y por esos geniales retratos de los protagonistas a lo largo del tiempo, basados en verdaderas obras de arte.