Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019) arranca como una historia que marca todas las casillas de lo gótico: estamos a finales del siglo XVIII. La pintora Marianne (Noémie Merlant) recibe el encargo de retratar a la joven Héloïse (Adèle Haenel) antes de su boda. Su llegada a la isla de la Bretaña francesa en la que vive es algo accidentada: Marianne casi pierde los lienzos cuando caen por la borda del bote en el que la trasladan y se ve obligada a lanzarse a las olas para rescatarlos. Cuando por fin llega —calada hasta los huesos— a la casa de Héloïse, es ya noche cerrada y la recibe una sirvienta con una vela que la guía por una serie de estancias en penumbra. Lo poco que podemos ver ahí, a la luz de las velas, es una mansión un tanto decadente, que ha vivido tiempos mejores. No desentonaría un fantasma, para completar la imagen gótica. Pero no, no hay fantasmas en Retrato de una mujer en llamas. O tal vez sí: fantasmas de otra época cuyos ecos aún no se han extinguido del todo.
La llegada de Marianne a la playa me recordó a la escena de El Piano (Jane Campion, 1993), cuando el bote de remos deja a Ada y a su hija Flora en una tormentosa y poco acogedora playa de Nueva Zelanda, sometidas al mando patriarcal del nuevo marido de Ada, elegido por su futuro suegro para su hija. Hablamos de mediados del siglo XIX, así que todo normal. Sin embargo, en Retrato de una mujer en llamas, ambientada varias décadas antes, Marianne desembarca en una escarpada isla habitada solo por mujeres. La mencionada casa pertenece a la madre de Héloïse, una condesa de origen italiano. Además de su hija, vive allí Sophie, la sirvienta. Pero ese mundo en el que el poder es aparentemente femenino es solo una ilusión. Las manos que tiran de los hilos son masculinas. La historia, el conflicto, surge por la necesidad de casar a Héloïse con un noble milanés, es decir, por hacer lo que se espera de una joven aristócrata. El noble en cuestión quiere ver el retrato de Héloïse, para valorar la mercancía antes de adquirirla. Si le gusta, madre e hija se trasladarán a Milán para celebrar la boda.
Así que esa es la razón de que Marianne reciba el encargo de pintar a Héloïse. La madre condesa (Valeria Golino) le hace saber que no es la primera que lo intenta: que el anterior artista acabó desistiendo porque su hija no quiere que la retraten. No quiere ceder a lo que significa el retrato: casarse. De hecho, ella estaba en un convento y tuvo que abandonarlo para ocupar el lugar de su hermana mayor —que se suicidó en busca de un futuro mejor— en ese matrimonio. Para poder retratarla, le dice, deberá hacerlo sin que ella lo sepa. Ocultarán a Héloïse la verdadera misión de Marianne, que se presentará como una dama de compañía para la joven, una acompañante para sus frecuentes paseos por la isla.
Y es así como llegamos a esa famosa «mirada femenina» que verás en todas las críticas de Retrato de una mujer en llamas. No íbamos a ser menos por aquí, porque es tan cierto y a tantos niveles que seguro que me dejo muchos. El más obvio es esa mirada intensa de la artista observando a su modelo en los paseos, tratando de memorizar cada rasgo, cada tonalidad y cada gesto para ser capaz de pintarla después, a solas en su estudio. A la vez, Marianne trata de entender a la supuestamente privilegiada Héloïse, obligada desde la cuna a elegir entre las escasas alternativas que tenían todas las féminas de su estirpe: boda o convento, sin descartar el camino del suicidio por el que optó su hermana. Ella misma, como artista, debe firmar sus obras con el nombre de su padre para poder exponer, para tener derecho a ser vista. Asistimos también a la historia de la madre, la aristócrata que ve en la boda de su hija su única opción para escapar de la solitaria vida en la Bretaña francesa. Y también a la de Sophie, la sirvienta que se queda embarazada y elige no cargar el resto de su vida con el estigma de un hijo ilegítimo.
La mirada femenina nos muestra la otra cara de la moneda de la historia, de lo que hemos leído siempre en las novelas de la época que presentaban estos matrimonios desde el punto de vista masculino, o mejor dicho desde el punto de vista de la sociedad de la época, que ni se cuestionaba que una boda con un rico noble pudiera no ser una opción atractiva para la novia. Retrato de una mujer en llamas va más allá y subvierte el género gótico, trasnformando arquetipos ya conocidos como Heathcliff y Catherine en Marianne y Héloïse (aunque con un carácter mucho más agradable que su contrapunto masculino, en el caso de la primera).
Además, en Retrato de una mujer en llamas se recurre al mito de Orfeo y Eurídice para ilustrar las diferencias entre la mirada masculina y la femenina. Recordemos la historia: Orfeo llora por los rincones porque ha perdido a su recién desposada Eurídice a causa de la mordedura de una serpiente venenosa. Decide descender al inframundo armado con su lira, y a golpe de melodías, consigue convencer al mismísimo dios de los muertos para que le devuelva a su mujer con una sola condición: ella ascenderá tras Orfeo en su camino de salida del infierno, pero él no podrá girarse a mirarla ni una sola vez. Si lo hace, ella muere y queda atrapada en el infierno para siempre. Y en efecto, en el infierno sigue Eurídice y allí estará hasta el final de los tiempos, puesto que Orfeo quiso asegurarse de que ella iba detrás de él y le echó una miradita.

Ha habido muchas lecturas feministas de este mito. Margaret Atwood, por ejemplo, reescribe la historia desde el punto de vista de Eurídice en su poema «Orpheus»: «the return to time was not my choice» («yo no elegí volver al tiempo»), dice la ninfa; también afirma que ya se había acostumbrado al silencio del inframundo. Lo que Atwood pone de manifiesto es que el mito trata de dos personas, pero en la narrativa clásica solo se tienen en cuenta los deseos de Orfeo. ¿Alguien le preguntó a Eurídice si quería volver con él (y su lira)? De igual manera, en la película de Sciamma las protagonistas discuten sus interpretaciones de los motivos de las decisiones de ambos personajes mitológicos.
No te pierdas esta película si te apetece ver una desgarradora historia de amor con tintes góticos, que además es un magnífico ejemplo de reescritura de un drama romántico «de época» ya conocido que se vuelve mucho más dramático cuando la pareja protagonista son dos mujeres.
Más información:
- Cuadro de Orfeo y Eurídice de Edward Poynter (dominio público, vía Wikimedia Commons).
- Los cuadros que aparecen en la película son obra de la pintora francesa Hélène Delmaire, cuya mano también aparece cuando vemos primeros planos de Marianne dibujando o pintando.
- Título original en francés: Portrait de la jeune fille en feu.