En esta ocasión traigo un libro que aún no ha sido traducido al español, Wild Nights! (2008) de Joyce Carol Oates. Y es que no podía dejar de comentarlo, ya que me ha parecido un conjunto de «bioficciones» muy logradas gracias a la destreza de Oates para meterse en la piel —en la pluma— de cinco grandes de la literatura anglosajona: Edgar Allan Poe, Emily Dickinson, Mark Twain, Henry James y Ernest Hemingway.
Con formato de colección de relatos (que habían sido publicados previamente en revistas), las cinco historias tienen en común un tema: la muerte de cada uno de los autores. El título completo del libro es Wild Nights! Stories About the Last Days of Poe, Dickinson, Twain, James, and Hemingway, aunque no en todos los casos tratan sobre esos «last days» o últimos días. En el caso de Poe y de Dickinson, los hechos narrados tienen lugar después de su muerte. Joyce Carol Oates toma elementos de la realidad o de las obras de cada uno de ellos, creando algo nuevo que, sin embargo, suena familiar, ya que imita el estilo de los autores. He aprovechado esta reseña para ilustrarla probando la beta de DreamStudio que se lanzó el mes pasado: una inteligencia artificial que genera imágenes a partir de los textos que introducen los usuarios. Verás que algunas son un pelín inquietantes, porque no he usado las que eran directamente terroríficas. Aunque la herramienta es increíble y tiene mucho potencial, lo que hace con algunos rostros humanos es digno de un retrato de Francis Bacon. Y en los casos más realistas (véanse abajo los de Hemingway, y, sobre todo, eso que se parece a Henry James) provocan ese rechazo que nos lleva rodando al fondo del valle inquietante.
Vamos allá con los relatos:
1. Poe Posthumous

En este relato nos encontramos a Edgar Allan Poe en una isla desierta de la costa de Chile con la única compañía de su perro Mercury. Se presenta en forma de diario y la primera entrada tiene lugar el 7 de octubre de 1849, el día en que el alcohólico Poe murió en Baltimore poco después de ser hallado delirando por la calle por un amigo que lo llevó al hospital.
Este Poe póstumo se materializa en la isla con el cargo de farero y va relatando en el diario las tareas que su nueva profesión le exige. Alguna vez cuenta que tiene una especie de visiones en la que se ve muerto en las calles de una ciudad, como si fuera un fantasma que trata de bloquear un recuerdo que, aún así, consigue manifestarse en forma de delirio o alucinación. Pero rápidamente deshecha la imagen, estimulado por lo romántico de su nuevo hogar: el paisaje azotado por el viento, las ruidosas aves marinas, las playas de guijarros que el océano va llenando de una especie de algas que se retuercen como gusanos… Estas imágenes van componiendo un relato con tintes góticos que podría encajar perfectamente en el corpus de Poe.
El relato va virando poco a poco hacia el horror, a medida que la soledad y el aislamiento van llevando al escritor-farero hacia la locura. Este relato es mi segundo favorito de la colección y está escrito imitando el estilo de Poe, creando una atmósfera macabra y perturbadora cargada de suspense. Si te resulta familiar el relato, es porque quizás hayas oído hablar de The Light-House, una obra que Poe dejó inacabada al fallecer. El protagonista de esa historia estaba destinado en una isla de la costa de Noruega, acompañado por su perro Neptuno.
A mí me recordó a La pell freda (2002), de Albert Sánchez Piñol, escritor que en alguna entrevista ha reconocido su admiración por el autor de Boston.
2. EDickinsonRepliLuxe

Wild nights – Wild nights! Were I with thee Wild nights should be Our luxury! Futile – the winds – To a Heart in port – Done with the Compass – Done with the Chart! Rowing in Eden – Ah – the Sea! Might I but moor – tonight – In thee! | Noches salvajes — ¡Noches salvajes! ¡Si estuviera contigo las noches salvajes serían un lujo para nosotros! Inútiles — los vientos — para un corazón en puerto — Fuera la brújula — ¡Fuera el mapa! Remando en el Edén — Ah — ¡el mar! ¡Si pudiera yo anclar —esta noche— en ti! |
Aquí, los hechos tienen lugar mucho tiempo después del fallecimiento de Dickinson. Al contrario que el de Poe, suceden en otra época, en un futuro muy cercano a nuestra época. Los Krim, una pareja sin hijos, deciden comprar un androide con el objetivo de aderezar su vida monótona y solitaria. Estos androides, llamados RepliLuxe, se presentan como réplicas a escala reducida (1, 50 m aproximadamente) de personajes históricos hasta el siglo XIX. Baratos no son, y los Krim no son ricos, así que acuden a un outlet que ofrece robots creados a partir de la imagen de Freud, Babe Ruth, Teddy Roosevelt, Van Gogh, etc. Al contrario que los replicantes de Blade Runner, estos androides no pueden ser confundidos con humanos reales, por su reducido tamaño, sus rasgos simplificados y una mirada vidriosa que las leyes federales imponen para tenerlos bien identificados (sin tener que recurrir a tests de empatía). Aquí está la descripción que el vendedor da a los Krim:
Técnicamente hablando, un RepliLuxe es un maniquí muy logrado y alimentado por un programa de ordenador que es un destilado del individuo original, como si su esencia o «alma» —si uno cree en tales conceptos— se hubieran extraído del ser original para reinstalarse en un soporte completamente nuevo, gracias al ingenio de RepliLuxe.
Los Krim descartan a Freud (imagina qué presión, tenerlo en casa analizando cada decisión que tomas en tu día a día) y a Van Gogh (les gustaría tenerlo pintando en casa pero, ¿no era bipolar, o esquizofrénico?). A la mujer le gusta escribir poesía y se le ocurre que le gustaría tener a un poeta en casa. Piensa en Silvia Plath pero es demasiado reciente, aún no pertenece al dominio público. Así que, cuando de repente recuerda a Emily Dickinson y el vendedor le confirma que está en stock (y rebajada), la quiere, la quiere y la quiere. El marido no está tan convencido: ¿no era la Dickinson un bicho raro que hablaba con acertijos? Pero al final, acepta.
Lo que ocurre cuando el robot se activa en la casa de los Krim y comienza a dar muestras de su marcada personalidad, ya no te lo cuento. Si te interesa esta premisa, puedes leer el cuento completo en inglés aquí.
3. Grandpa Clemens & Angelfish

Pues no, yo no sabía que el señor Samuel Clements, más conocido como Mark Twain, coleccionaba colegialas.
Quizás por esta ignorancia, este ha sido el relato que más me ha impactado. De nuevo, Oates se mete en la piel y el verbo de Twain para narrar esta incómoda afición que hará que veas al tipo del bigote de morsa y aspecto de cascarrabias simpático con otros ojos. El autor trata de justificar su afición con varios pretextos: que se siente solo, que su hija predilecta falleció siendo muy joven, que con las niñas no hacía nada más que hablar y mantener una inocente correspondencia. Ajá, sí, que son una especie de nietas adoptivas. No llega a justificar por qué las abandona e ignora una vez que cumplen los dieciséis años, algo que los abuelos no suelen hacer.
Y dirás: eh, para. Que es ficción. Cuando vi de qué iba, aparté el libro para preguntarle a Internet si lo que estaba leyendo era cierto. Que tenía que serlo, porque tampoco me imagino a Joyce Carol Oates manchando así la reputación de semejante tótem literario porque sí. Y sí, está basado en hechos reales. Esto es lo que decía el propio Twain a los setenta y tres años, hablando de coleccionismo:
Por mi parte, colecciono mascotas: jovencitas —niñas de diez a dieciséis años; niñas que son bonitas, dulces, ingenuas e inocentes— queridas criaturas jóvenes para quienes la vida es pura alegría y a quienes esta nunca les ha producido heridas, ni amargura y solo unas pocas lágrimas.
¿Eran estas niñas un inocente soplo de aire fresco para un Twain deprimido, o descontento con su vida? ¿O había algo más? Si bien el mundo académico no ha encontrado ninguna evidencia de que estemos ante el Michael Jackson de la época, Oates se adentra en las zonas grises de esta historia y profundiza en la relación con una de las niñas, ofreciendo un retrato en el que Clements no sale muy bien parado.
4. The Master at St. Bartholomew’s Hospital

En este relato, Oates se convierte en un Henry James que atraviesa una crisis personal y encuentra la inspiración entre los jóvenes soldados heridos de un hospital londinense. Es un James también septuagenario, que arrastra la culpa de haberse librado de la Guerra de Secesión por una oscura, indeterminada lesión que sufrió en un accidente cuando tenía dieciocho años . En las habitaciones del hospital de S. Bartholomew, James no es «the Master» (el maestro del título, el nombre por el que era conocido por los críticos norteamericanos por la maestría de su estilo), sino un anciano anónimo y corpulento que acude a ofrecer su ayuda como voluntario. Es la manera que ha elegido para expiar el pecado de no haberse alistado junto con el resto de hombres de su generación.
Pero no es solo expiación lo que encuentra. James, en cuya obra —de florida prosa— sus personajes no parecen tener necesidades físicas, se ve obligado a vaciar orinales y a frotar los restos con un cepillo hasta dejarlos relucientes. Y reflexiona:
En toda la obra del Maestro, ni un orinal. Ni excrementos de ningún tipo, ni el hedor de los excrementos.
Pero James supera ese primer contacto con la dura y maloliente realidad y, de repente, encuentra su gloria entre la bondad del trabajo voluntario y la sensualidad que —inesperadamente— parecen desprender las heridas purulentas de los soldados. Y comenzará una colección mucho más inofensiva que la de Twain, compuesta de vendas y algodones manchados con restos de sangre y secreciones varias que el Maestro recoge y atesora en una caja en su casa, como tratando de capturar las sensaciones y sentimientos que el hospital ha despertado en él.
Esta historia está basada en el último año de vida de James, un escritor conocido por su reserva en cuanto a su vida privada y sus emociones. Oates trata de acceder a ese mundo interior utilizando el pretexto de las visitas que el escritor hizo —animado por Edith Wharton— a los soldados heridos que estaban siendo tratados en hospitales de Londres, y explora a partir de ahí el tema de la homosexualidad reprimida del autor norteamericano. Que era solo once años más joven que Oscar Wilde, para ponernos en contexto y entender sus razones.
Este relato me ha parecido más amable con el escritor «bioficcionado» que el anterior. Oates ha mencionado en varias ocasiones a James como uno de los autores que más han influido en su obra. Algo tendrá que ver.
5. Papa at Ketchum, 1961

Este es el relato que menos puntos tenía para gustarme. Son razones personales, ya que Ernest Hemingway no está entre mis escritores favoritos y sus interioridades me interesan menos. Valoro su influencia en la literatura, el impacto que tuvo su estilo, con sus frases cortas y precisas, en los autores que llegaron después, pero no me llevaría sus obras (ni las leídas ni las pendientes) a una isla desierta — y sí las de Faulkner, Fitzgerald o Jean Rhys, por nombrar algunos de su generación—.
Aún así, la historia consiguió engancharme. Parece ser el relato más cercano a la realidad, en el que un viejo Hemingway rememora episodios clave de su vida mientras trata de encontrar el momento para ponerle punto final con su rifle. Joyce Carol Oates imita el estilo franco y directo del norteamericano, que se muestra como un hombre herido que atraviesa una especie de brote psicótico.
Aunque los relatos que componen Wild Nights! son ficción, al acabarlos sientes que conoces un poco mejor a estos autores, ya que las debilidades que se exponen consiguen el efecto de bajarlos de su pedestal y humanizarlos, algunos con más cariño (Poe, Dickinson, James) y otros quizás con un poquitín de mala baba. O eso me ha parecido a mí.
Y acabo con una imagen de Joyce Carol Oates escribiendo generada por DreamStudio. Si ignoramos el hecho de que tiene una mano derecha —apoyada en la frente— donde debería estar la izquierda y algún que otro dedo de más, el dibujo casi podría simbolizar la pericia de Oates para mimetizar la escritura de otros, representados por esa misteriosa mano adicional que sale del papel. Qué clarividencia, la de la inteligencia artificial.

Me encanta J. C. Oates y este libro parece una propuesta muy atrevida y original. Ojalá lo traduzcan pronto al español. Tu reseña, magnífica como siempre.
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Gracias por tus comentarios, Mayte. A mí también me gusta mucho esta autora, este verano he leído tres suyos seguidos. ¡Un abrazo!
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Oates me parece brillante y el punto de partida, la «idea» de bioficcionar a estos autores, una genialidad más de ella. Por supuesto, los anoto en la lista para leer. Me sumo a lo que antes han comentado: una reseña magnífica y que da gusto leer.
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Pilar, muchas gracias por tu comentario 🙂 Parece que esta autora se ha ido especializando en mezclar hechos y ficción (como en «Blonde», que aún no he leído) y aquí, además, lo hace imitando el estilo de cada autor. Es una grande, espero que lo disfrutes si te animas a leerlo.
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Qué conexión más tenebrosa entre Mark Twain y Michael Jackson. Tu análisis
de la cuestión es impecable. Las ilustraciones de la IA tienen su punto tenebroso también XD Excelente reseña. Saludos 🙂
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¿Cómo no pensar en Michael Jackson? Pero quiero creer que son historias muy diferentes, o algo habría salido ya. Gracias por comentar, Juan. Un saludo 🙂
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Interesantísima tu reseña. Perturbador lo de Mark Twain, de lo que yo tampoco tenía ni idea (me he evitado ir a internet porque ya habías ido tú y nos lo has contado, pero ha sido el primer impulso tras leer el título). Espero que lo traduzcan, aunque el traductor lo va a tener complicado: traducir respetando el estilo de una autora imitando estilos de otros autores.
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Gracias por leer y comentar. Pues sí, será un trabajo de traducción interesante, sin duda. Un saludo 🙂
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[…] las entradas sobre El hombre perfecto, Klara y el sol y en el relato basado en Emily Dickinson de Wild Nights. Y muchas historias más que no están reseñadas por aquí pero que me han interesado también: Ex […]
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