Olive Kitteridge (2008) de Elizabeth Strout (Portland, 1956) es una novela disfrazada de colección de cuentos. O una colección de cuentos disfrazados de novela. Es como ver una exposición de cuadros de Edward Hopper de distintos rincones de Maine, con personajes diferentes pero todos con un aire familiar, unidos por el hilo conductor de una melancolía punzante.
Las imágenes de Hopper me vinieron a la cabeza desde las primeras líneas de la novela y continuaron hasta la última página. Dado que ha sido mi primera lectura de Strout, al acabar el libro eché un vistazo a su biografía y leí un par de entrevistas. En una de ellas decía que Hopper es su pintor favorito. ¿Es posible que los gustos pictóricos de la autora se asomen entre las líneas de su obra? Quizás pensé en Hopper solo porque Olive Kitteridge transcurre en un pueblo de la costa de Maine y dado que no conozco Maine, es pensar en Maine y me vienen a la cabeza las casas y faros de Hopper (también me viene Stephen King caminando por una peligrosa carretera, pero él no se me manifestó mientras leía Olive Kitteridge).

Pero no es solo Maine. Hopper es el pintor de la soledad y la alienación, temas que se le dan muy bien a Strout. Y es una soledad que nos toca a todos, porque se puede sentir viviendo en comunidad, incluso estando rodeada de familia y amigos.
Volvió su cabeza casi calva hacia ella y la escrutó con sus ojos azules, hastiado.
—No quiero morir solo —dijo él.
—Mierda. Siempre estamos solos. Nacemos solos. Morimos solos. ¿Qué más da?
El narrador que Strout usa en Olive Kitteridge es una tercera persona omnisciente que salta de personaje en personaje en cada uno de los trece relatos que componen el libro. Es un narrador peculiar, que cambia de tono y de voz adaptándose a los personajes que protagonizan cada relato, y que de vez en cuando deja caer algún comentario de cosecha propia, entre el cotilleo y la empatía. En el fragmento anterior es sin duda Olive quien repara en la calvicie y en los ojos azules de Jack Kennison y el narrador omnisciente añade esos detalles a la descripción de la escena.

Los relatos tienen tres grandes puntos en común:
- Crosby, el pueblo de la costa de Maine, el lugar en el que residen o del que proceden los personajes. El paisaje es hermoso (Strout aporta muchos detalles de la vegetación de la zona, del mar, de los bulbos que siembra Olive en su jardín) pero a menudo el cielo está cubierto de nubes bajas y grises, el océano está picado y oscuro, hay hielo sucio en los caminos, el viento agita las copas de los árboles que hibernan desnudos. Es un paisaje que proporciona un tono general de melancolía a las historias, pero que también ofrece esperanza, como cuando brotan las hojas de los árboles, cuando sale el sol, o en la metáfora de los bulbos de los tulipanes de Olive, que guardan la promesa de un futuro más colorido.
- Los temas: soledad, enfermedad mental, suicidio, amor, envejecimiento, muerte. La vida, vista desde el punto de vista de personas con años de experiencia en esto de vivir, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Sin edulcorar las cosas, pero tampoco buscando el melodrama.
- Olive: ella protagoniza varias de las historias, pero también aparece como personaje secundario —o simple cameo— en otras. Olive fue profesora de matemáticas en un instituto del pueblo, la más temida entre todos los docentes del centro, así que muchos de sus habitantes pasaron por su aula y no la han olvidado, para bien o para mal.
El hecho de ver a Olive retratada por la voz de ese narrador que abre su cabeza de par en par y expone sus pensamientos, pero también a través de los ojos de su familia (Henry, su marido y Christopher, su hijo) y de los de sus exalumnos y vecinos del pueblo, consigue el efecto de un personaje tridimensional, de carne y hueso. Puedes sentir lo que ella siente, incluso aunque no compartas sus acciones, decisiones o su filosofía. Es un personaje que resulta antipático a ratos (muchos ratos), pero puedes empatizar con sus emociones. Es más humana que muchos humanos. Henry Kitteridge, su marido y farmacéutico del pueblo (y por tanto, también popular) en su antítesis. Si Olive es cáustica, cabezota, crítica y cascarrabias (aunque tremendamente sensible bajo esa cáscara protectora), Henry es amable, dulce, cariñoso y paciente.
Ahora era Henry quien hacía las compras. Un día volvió con un ramo de flores.
—Para mi mujer —dijo mientras se las ofrecía.
Eran la cosa más triste que había visto. Margaritas teñidas de azul entre otras blancas y de un rosa grotesco, alguna de ellas medio muertas.
—Ponlas en ese jarrón —dijo Olive, señalando un viejo jarrón azul.
Las flores se quedaron en la mesa de madera de la cocina. Henry se acercó y la rodeó con los brazos; estaban a principios de otoño y su camisa de lana olía ligeramente a virutas de madera y a moho. Ella aguantó, esperando a que el abrazo terminara. Luego salió fuera y plantó sus bulbos de tulipán.
Otra obra que me ha venido a la cabeza al leer Olive Kitteridge son los Cuadros de una exposición, las piezas musicales que Modest Músorgski compuso tras visitar la exposición póstuma de un amigo artista. El músico quiso representar musicalmente los cuadros que había visto, tratando de evocar aquellas imágenes y sus sensaciones. Olive Kitteridge me produjo una sensación similar, con esos relatos que son como instantáneas (o retablos) que capturan escenas en la vida de sus protagonistas. Son independientes en apariencia, pero das un paso atrás y —¡zas!— te encuentras contemplando el bosque emocional de Olive y de Crosby.
Strout publicó varios de los relatos de manera independiente antes de reunirlos y publicarlos en 2008 como la novela que consiguió el Pulitzer de literatura en 2009. Me sorprendió leer esto, por lo bien hilvanados que están los relatos, con su buena dosis de suspense, ya que en cada uno se desvela algún secreto que puede suponer un cambio dramático en la vida de alguno de los personajes.

He visto también la serie de HBO, Olive Kitteridge (2014), dirigida por Lisa Cholodenko y protagonizada por Frances McDormand y Richard Jenkins como Olive y Henry. Los cuatro episodios están centrados en Olive y por tanto no siguen la misma estructura que la novela. Aunque en la adaptación se han perdido multitud de personajes secundarios, me ha parecido una serie excelente y un buen acercamiento a este personaje si no te apetece leer el libro. Frances McDormand no se parece físicamente a la Olive Kitteridge que describe Strout (una mujer que siempre ha sido alta pero que con los años se ha convertido en grande, con manos de hombre). Mientras leía la novela, me recordaba más a la Kathleen Turner de El método Kominsky, que con ese vozarrón y su presencia daría mucho miedo como profesora de matemáticas. Pero es ver unos minutos de la serie y ya está: es ella, Olive Kitteridge ya siempre tendrá la cara de Frances McDormand.
Olive Kitteridge es el libro que recomendaría a un extraterrestre que deseara saber qué siente un ser humano cuando envejece y ha sido capaz de seguir adelante pese a las pérdidas sufridas, manteniendo las ganas de vivir, amando incluso la incertidumbre que supone abrir los ojos un día más. Y no te quedes con la idea de que es un dramón: abundan las risas, gracias a la inteligencia y causticidad de Olive, que con su mirada afilada y su lengua mordaz no deja títere con cabeza.
Más información:
- El género al que pertenece Olive Kitteridge se conoce como short story cycle o «cuentos integrados» y es una especie de híbrido entre la novela y la colección de relatos. Winesburg, Ohio (1919), de Sherwood Anderson, es uno de los textos centrales de esta tradición.
- Fuente imagen Elizabeth Strout.
No he leído esta novela ni he visto la serie. Después de tu fantástica reseña la anoto para mis próximas lecturas. Lo que veo difícil es no representarme al personaje con la cara de Frances McDormand ni acordarme de Hopper al leerla. Saludos 🙂
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Muchas gracias por tu comentario, Juan. Espero que te guste si llegas a leerla. ¡Un saludo!
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