Pauline y Michael se conocen y se enamoran en 1941, cuando Pearl Harbor acaba de ser atacado por los japoneses. Poco después, Michael se alista y se marcha a hacer la instrucción, en la que resulta herido y vuelve a casa sin haber llegado a participar en la guerra. En breve, se casan, pese a las dudas de último minuto de Pauline, que se queda a las puertas de la iglesia pensando que son muy diferentes, que están cometiendo un error.
Y Pauline tenía razón, es cierto que no se parecen en nada. Ella es alegre, sociable, indolente, atractiva, la chica más popular del instituto, mientras que Michael es introvertido y hacendoso. Él no tiene amigos, pasa la mayor parte de su tiempo trabajando en su tienda de comestibles. Ella necesita vida social, llenar el tiempo que le queda —tras cuidar de la casa y de los niños— con gente y conversaciones.
Así define Michael a Pauline:
Una mujer frenética e imposible, inestable incluso cuando está de buen humor, con su voz exultante y sus ojos brillantes; su peligroso entusiasmo.
Y así es Michael, descrito por Pauline:
…su rigidez, su cautela, su mentalidad literal […] sus reticencias para gastar dinero, su suspicacia ante cualquier cosa desconocida, su tendencia a juzgar […] y su habilidad mágica para hacerla parecer una histérica.
En El matrimonio amateur (The Amateur Marriage, 2004), Anne Tyler nos cuenta la vida de esta pareja desde que se conocen hasta que se convierten en abuelos. El título me parece muy acertado: ya antes de abrir el libro te hace reflexionar acerca de cómo sería un matrimonio profesional. Las diferencias entre amateur —o aficionado— y profesional dependen del contexto. Una pintora profesional vive de su arte, por tanto existe una remuneración. Lo mismo pasa con un deportista profesional, en general cobra (con grandes diferencias entre deportes). Pero, en general, en la práctica está la clave: la práctica hace al maestro. Las horas y horas de dedicación del pianista profesional frente al aficionado que practica los fines de semana. ¿Qué convierte a un matrimonio en profesional? ¿Será, quizás, la práctica con diferentes parejas, hasta encontrar la adecuada? ¿O un matrimonio que asiste a muchas horas de terapia de parejas?
Viendo el caso de Pauline y Michael, lo que deja claro Tyler es que no se trata de pasar muchos años juntos. Porque ellos practican y practican (como 25 veces más de las 10.000 horas que Gladwell afirma que necesitas para convertirte en experto), pero no lo consiguen.

La novela presenta una estructura distinta a las otras que he leído de Tyler. Cada capítulo parece un cuento, con un título enigmático que se va revelando en la trama como uno de los temas principales: «Vox pópuli», «El comité de ansiosos», «El abuelo de Heidi», etc. La novela cubre sesenta años en la vida de esta familia, pero los capítulos relatan episodios clave separados años entre sí. Al empezar uno nuevo, no sabes bien en qué momento te encuentras. Acaba un capítulo con los tres hijos de Pauline y Michael siendo niños y en el siguiente son ya adolescentes. Tyler va rellenado las lagunas entre capítulos con detalles que se van revelando, creando un cierto suspense que te hace girar las páginas a toda velocidad para saber qué ha pasado con cierto personaje que aún no se ha mencionado, por ejemplo.
Tyler repite aquí su fórmula de éxito, la misma que le valió el Pulitzer con Ejercicios respiratorios (1989). La premisa es similar: en aquella novela, la pareja protagonista es muy diferente, encajan mucho mejor que Pauline y Michael. Sin embargo, en su madurez reflexionan acerca de la curiosa ausencia de cursos para aprender a ser padres o a convivir en pareja, cursos que son tan necesarios como el de aprender a conducir.
Quiero decir que te dan toda clase de lecciones para cosas sin importancia como tocar el piano o escribir a máquina. Te enseñan durante años y años a resolver ecuaciones, cosa que bien sabe Dios que nunca tendrás que hacer en la vida corriente. Pero ¿qué pasa con ser padres? O con el matrimonio, ahora que lo pienso. Antes de que puedas conducir un coche necesitas un curso de aprendizaje aprobado por el Estado, pero conducir un coche no es nada, nada comparado con vivir día tras día con un marido y con criar a un nuevo ser humano.
Ejercicios respiratorios
A partir del ejemplo de una familia y sus desventuras y logros, Tyler consigue retratar a la sociedad de Baltimore (o eso dicen: no conozco a la sociedad de Baltimore para corroborarlo).
Lo que sí puedo certificar es que Tyler consigue crear unos personajes tridimensionales que, mucho después de terminar la lectura del libro, permanecen en la memoria, bien guardados en la sección «personas a las que conoces muy muy bien». Porque parece eso, que los has conocido tan íntimamente que no pueden no ser reales. Encontrarás, también, parecidos razonables con personas que conoces o con tus propias experiencias. Y no es que haga una descripción física detallada ni un listado de sus virtudes y defectos. Va dejando que se retraten ellos mismos, con sus actos, con sus palabras, con sus pensamientos, incluso con sus sueños. Hay muchos detalles más, incluso la forma de conducir de Pauline comparada con el estilo de Michael.
Su coche era un Dodge Special de 1940 —un modelo negro mate y con forma de tortuga heredado del padre de Pauline cuando él se compró un Deluxe rosa pálido tras la guerra—. Michael ni siquiera sabía conducir cuando se lo regalaron. Pauline le tuvo que enseñar. Había sido un estudiante casi demasiado aventajado. Ahora, cada vez que ella lo llevaba al trabajo, él encontraba fallos a su manera de cambiar las marchas o se preguntaba en voz alta por qué aceleraba tanto el motor.
Hablando de coches, parecen siempre tener un papel importante en la obra de Anne Tyler. No son un accesorio más. En Ejercicios respiratorios su papel era aún más visible, ya que el matrimonio protagonista está de viaje por carretera gran parte del libro. Pero aunque en El matrimonio amateur pueden parecer un telón de fondo, son mucho más. Como ejemplo, el párrafo superior: el coche representa estatus, clase social. El padre de Pauline tiene dinero, se acaba de comprar un coche lujoso. Michael es de clase trabajadora y no había tenido coche antes, por eso no sabía conducir. Y luego vemos detalles que definen la relación de esta pareja: Michael aprende a conducir gracias a Pauline y luego se convierte en su mayor crítico, en su mosca cojonera.
El matrimonio amateur está narrada en una tercera persona que va penetrando en la mente de los distintos personajes, de manera que vamos sabiendo como cada uno de ellos percibe a los otros.
Los niños de Tyler merecen mención aparte. Me encanta su forma de retratarlos, especialmente cuando se trata de niños pequeños: parcos en palabras, con reacciones y frases inesperadas, con tics y expresiones que los caracterizan. Consigue niños realistas, de carne y hueso, aunque quizás todos parecidos, con esa mirada inocente que clavan en los adultos como si estuvieran observando animales exóticos en un zoo: Pagan en El matrimonio amateur, Alexander en El turista accidental, Jonah en La brújula de Noé, etc.
El matrimonio amateur te gustará si te gustan las historias extraordinarias que surgen de personajes ordinarios y realistas en situaciones cotidianas, narradas con el humor socarrón aunque sutil de Anne Tyler, una autora de la que no me ha decepcionado ningún libro hasta ahora.