Emily Dickinson (1830-1886) nació, vivió y murió en Amherst, Massachusetts. Si en su época hubiera existido la cronología de Google, esa inquietante herramienta que nos señala dónde hemos estado —y no estado— cada mes, la de Dickinson habría mostrado una imagen muy parecida a la de casi cualquier persona durante nuestro reciente confinamiento pandémico: una procesión de plantas rodadoras del desierto.
Hija de un abogado y político con pedigrí, tuvo una infancia privilegiada. Asistió a la Amherst Academy, un colegio del que su padre era uno de los fundadores. Al acabar, prosiguió sus estudios en el prestigioso seminario femenino de Mount Holyoke, a diez millas de su casa. Sin embargo, abandonó los estudios antes de acabar el año escolar. Se cree que lo hizo debido a una mezcla de morriña y del malestar que le daba el exceso de piedad cristiana del establecimiento calvinista.
La estancia en Mount Holyoke fue, junto con un par de viajes a Boston y a Washington, la excepción a esa escasa cronología que primero se limitó a Amherts y poco a poco se fue reduciendo hasta que acabó prácticamente recluida en su habitación, por decisión propia.
La imagen tradicional de Emily Dickinson es la de una especie de beata vestida de blanco, una mujer frágil, menuda, sombría y un poco lunática que escribía sus poemas recluida en su casa en un pueblo de Massachusetts. Sin embargo, en cuanto lees sus poemas comienzas a cuestionarte esa imagen. Porque esa mujer sabía de sentimientos, de lo que significa ser humana —como solo una persona que ha vivido, amado y sufrido puede saber—.

He dicho antes que tuvo una infancia privilegiada, y la tuvo, pero no tanto como si hubiera nacido hombre. Si la comparamos con un colega escritor coetáneo, salen a la luz las diferencias. Pensemos, por ejemplo, en Henry David Thoreau (1817-1862), oriundo de Concord, un pueblo de Massachusetts situado a poco más de 100 km de Amherst.
Thoreau eligió también el camino de la soledad, aunque fue una soledad más selectiva. Y mucho más guay. Más cool. A los 35 años, su amigo (y también escritor) Ralph Waldo Emerson le regaló un terreno junto al estanque de Walden en el que Thoreau construyó una cabaña de unos quince metros cuadrados. Allí pasó dos años, dos meses y dos días. Pero no estaba aislado: su cabaña estaba cerca de la ciudad, con un par de sillas siempre listas para los amiguetes que se presentaban a visitarle a menudo. Él se desplazaba a la ciudad con frecuencia, para acudir a comidas o cenas, e incluso organizaba alguna que otra fiesta en su cabaña.
No existe ninguna duda de que Thoreau se fue voluntariamente a su cabaña. Ni de que la abandonó cuando se le antojó. Los motivos tras el encierro de Emily Dickinson son más oscuros: ¿cuánto hubo de voluntario, de rebeldía y de decisión personal acerca de cómo vivir su vida y cuánto de forzoso, de verse obligada a cumplir con sus deberes domésticos por su condición de hija soltera? Se ha especulado con la posibilidad de que sufriera alguna enfermedad (epilepsia, agorafobia, depresión) que justificara su aislamiento.
No podemos saber la respuesta con certeza, pero está claro que Thoreau no tenía las mismas limitaciones, simplemente por haber nacido hombre. A Emily Dickinson le tocó cuidar de su madre—junto con su hermana Lavinia, Vinnie— durante décadas, además de llevar a cabo labores domésticas.
Un punto y aparte merece esto de las labores domésticas de las mujeres a mediados del siglo XIX. Hay que ponerse en contexto: cocina, lavado de ropa, costura, limpieza, cuidado de animales y huertos, cocina, niños… Piensa solo en la ropa, en lo que hoy hacemos pulsando un botón de la lavadora. La ropa sucia se dejaba horas en remojo con agua y jabón. Después, se usaba agua hirviendo y el ama de casa removía la ropa con un palo de madera durante un buen rato. Luego tocaba escurrir y colgar la ropa. Por último, se quitaban las arrugas con pesadas planchas calientes. Esta tarea podía consumir un día entero de intenso trabajo. Aífe Murray, una de las académicas que ha investigado los enigmas de Emily Dickinson, sugiere que existe correlación entre los años más prolíficos de la poeta y la presencia de la sirvienta Margaret O’Brien, que trabajaba junto a las mujeres de la casa en el hogar de los Dickinson. Dejó el hogar para casarse, en 1865, lo que tuvo impacto negativo en la producción poética de Emily, que siguió escribiendo pero de manera más esporádica y utilizando cualquier pedazo de papel (sobres, envolturas de chocolate) en lugar de los cuidados cuadernitos que había preparado hasta entonces.
Es posible que huyera de la sociedad para dedicar el tiempo que le quedaba entre tarea y tarea a su pasión de escribir. Quizás había encontrado lo que Virginia Woolf llamó tiempo después Una habitación propia, ese —tan necesario— espacio físico y mental para poder desarrollar su talento literario.
Pero es solo una hipótesis, lo cierto es que no sabemos por qué eligió el aislamiento en sus madurez. Su juventud fue muy normal, rodeada de familia y amigos, asistiendo a fiestas, paseando horas y horas por Amherst junto a su perro Carlo, hasta que este murió a los 17 años, en 1866. En 1867 empezó a negarse a ver a las visitas, hablando tras una puerta cerrada. Salía ya poco de casa y las escasas veces que alguien la veía era ya con ese vestido blanco que se hizo famoso entre los vecinos, que se referían a ella como «el Mito».
Lo que sí sabemos es que su poesía, escrita en pequeños trozos de papel en la diminuta mesa que usaba como escritorio, es asombrosa, única. Emily Dickinson es considerada una de las grandes poetas en lengua inglesa, junto con Walt Whitman.
Fue también muy prolífica. Aunque no publicó más que once en vida, escribió la friolera de 1775 poemas. Su hermana Vinnie encontró la mayor parte tras su muerte, cuidadosamente copiados en páginas cosidas a mano para formar pequeños cuadernos. Es a Vinnie a quien debemos el placer de poder leer hoy los poemas de su hermana: los encontró cuando se disponía a buscar los papeles personales de Emily, ya que esta le había pedido que los quemara a su muerte. Vinnie tuvo la sensatez de quemar sus cartas y conservar los poemas.
Emily Dickinson en la pantalla
La obra de Dickinson, adelantada a su tiempo por su forma y su contenido, ha ido ganando adeptos con el tiempo. Para empezar, porque no se publicó una colección completa y precisa de sus poemas hasta 1955, debido a desavenencias entre Vinnie y las dos personas que eligió para que le ayudaran a editarlos: Susan Dickinson y Mabel Todd, esposa y la amante de su hermano Austin.
Recientemente hemos podido disfrutar de tres producciones que están contribuyendo a desterrar esa falsa imagen de Eleanor Rigby (la que guarda su cara en una jarra junto a la puerta). En las tres se pone de relieve su inteligencia, fuerte carácter, su sentido del humor, su imaginación desbordante y su perseverancia para elegir su camino, dentro de los límites que la tradición y la sociedad le marcaba. Se revisa también su relación con la persona que se especula que fue el amor de su vida, su amiga y luego cuñada Susan Huntington Gilbert.
- A Quiet Passion (Historia de una pasión, 2016). Dirigida y escrita por Terence Davies, con Cynthia Nixon en el papel de Dickinson, esta cinta es la que trata de acercarse más a la biografía real de la poeta. Empezando por el color de pelo: Emily Dickinson era pelirroja. Nixon la interpreta como una persona muy ingeniosa, irónica y a veces sarcástica.
- Dickinson (2019). La serie de Apple TV nos presenta a Hailee Steinfeld (la niña de las trenzas en True Grit) en el papel de una Emily Dickinson inteligente, excéntrica y divertida que busca acercarnos al mundo imaginativo de la poeta. Su expresión facial—esos ojos tan abiertos , la barbilla levantada en actitud de desafío o determinación—me recuerda mucho a Megan Follows, la actriz que fue Anne Shirley en la serie Anne de las tejas verdes (1985). A mí la serie no me vuelve loca, es un producto sin duda dirigido a una audiencia más joven. No soy su target. Pero sale Jane Krakowski, que siempre me divierte muchísimo.
- Wild Nights with Emily (2018). Aún no he tenido oportunidad de ver esta película de Madeleine Olnek con Molly Shannon en el papel protagonista. Pero tiene buena pinta, es una comedia que se centra en la relación de Emily y Susan.
La poesía de Emily Dickinson
La muerte, la inmortalidad y el amor son sus temas principales, que en su poesía explora utilizando metáforas muy visuales e impactantes, con elementos de la naturaleza, muchas veces en fuerte contraste con la gravedad del tema tratado, como en el que transcribo aquí (I heard a Fly buzz—when I died), uno de los más populares.
He mantenido los guiones y las mayúsculas en la traducción, para intentar conservar el énfasis y lo que quiera que representen esas rayas (pausas, respiraciones, efectos visuales; como Dickinson no nos lo explicó, eso queda entre el poema y su lector/a). Eliminar los guiones supone descartar uno de los rasgos más característicos de su poesía.
I heard a Fly buzz– when I died–
The Stillness in the Room
Was like the Stillness in the Air –
Between the Heaves of Storm–
The Eyes around– had wrung them dry–
And Breaths were gathering firm
For that last Onset– when the King
Be witnessed– in the Room–
I willed my Keepsakes– Signed away
What portions of me be
Assignable– and then it was
There interposed a Fly–
With Blue– uncertain– stumbling Buzz–
Between the light– and me –
And then the Windows failed – and then
I could not see to see–
Oí zumbar una Mosca —al morir—
La Calma de la Habitación
Era como la Calma en el Aire —
Entre las Embestidas de una Tormenta —
Alrededor los Ojos –habían apurado el llanto—
Y los Alientos iban recobrando firmeza
para ese último Inicio –cuando el Rey
Sería visto –en la Habitación–
Había legado mis Recuerdos –entregado
Cada porción de mí que fuera
Transferible –y fue entonces cuando
Se interpuso allí una Mosca –
Con un zumbido Azul –incierto– vacilante
Entre la luz –y yo–
Y luego las Ventanas fallaron —y luego
No pude ver para ver–

La escritura de Dickinson destaca por su precisión, por elegir las palabras justas, cargadas de un poder verbal impactante. Vemos aquí el contraste entre el drama de una defunción—narrada en primera persona por la persona que acaba de morir—y la imagen mundana de esa mosca, que nos hace pensar también en un cuerpo en descomposición. El insecto cuestiona, además, esa aparición anunciada dos estrofas antes del Rey (¿Qué rey? ¿Dios?¿La muerte?), porque lo último que ve la narradora es la mosca zumbando entre ella y la luz, justo antes de enfrentarse a una oscuridad absoluta (I could not see to see—).
Ese contrate entre lo trivial y lo trascendental está contenido ya en el primer verso: I heard a Fly buzz– when I died–, empieza con ese molesto y familiar zumbido e inmediatamente nos golpea (en la boca del estómago, donde habitan las emociones) con la noticia de que la narradora está muerta.
¿Qué nos quiere decir? Yo veo ironía aquí, en esa yuxtaposición entre la mosca y ese Rey de ultratumba, porque el humor es una constante en la poesía y en las cartas de Emily Dickinson. Pero tú puedes ver otra cosa. Los acertijos y enigmas son característicos de su obra, como ella misma lo dijo en otro poema (Rearrange a ‘Wife’s’ affection!):
Big my Secret but it’s bandaged
It will never get away
Es grande mi secreto, pero está amordazado y nunca se escapará. Y así es.
Más información:
- Biografía de Emily Dickinson en la web del museo de su casa de Amherst (en inglés).
- Artículo en The Guardian sobre la biógrafa Lyndall Gordon, que asegura haber encontrado pistas en la obra y vida de Dickinson que apuntan a la epilepsia como motivo de su aislamiento (en inglés).
- Características de la obra de Emily Dickinson y análisis y traducción al español de siete poemas.
- Poemas de Emily Dickinson (en inglés).
- Big my Secret, pieza compuesta por Michael Nyman para la banda sonora de El Piano (Jane Campion, 1993). Nyman tituló varias de sus composiciones para esta película con versos de Dickinson.
No conocía las películas de su vida. 🤩 ¡Feliz día de la poesía!
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¡Igualmente! Es buen día para ver una de ellas 😉
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Yo siempre pensé que esta escritora desarrolló agorafobia, pero averigua. Impresiona un poco el hecho de que se aislara tanto, pero si fue una situación elegida está bien. Mi abuela materna, que vivió en mi casa hasta que murió, nunca salía de casa. Jamás la vi más alla de la puerta de la calle. Y no tenía ninguna limitación física. Era su decisión y estaba tan feliz con sus labores, el periódico, la tele y sus plantas. Los demás ni siquiera nos planteabamos que aquello no era normal. ¿Pudieron ser 35 o 40 años los que pasó sin salir de casa? Más o menos. Confinamiento elegido, como el de esta poetisa. No he leído nada de Emily Dickinson porque no soy muy aficcionada a la poesía, la verdad, pero me gustará ver las películas. El personaje es atrayente.
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Qué historia más curiosa, gracias por compartirla. Lo bueno es que fuera su elección y que encontrara ahí la felicidad.
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