Pálida luz en las colinas (A Pale View of Hills, 1982) es la ópera prima de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) ese británico de origen japonés a quien Internet dio estopa tras la publicación de su última (hasta ahora) novela El gigante enterrado en 2015.
Con ese libro tuvo un problema con el género literario. En una entrevista, se le ocurrió decir en voz alta algo quizás demasiado abierto a interpretaciones. Eso generó una respuesta de la gran escritora de literatura fantástica Ursula K. Le Guin en su blog, a la que Ishiguro replicó en otra entrevista, a la que Le Guin replicó, etc. Lo reproduzco en forma de diálogo (con una traducción bastante libre):
ISHIGURO (acariciándose la barbilla, pensativo) ¿Me seguirán los lectores con esta obra? ¿Entenderán lo que estoy intentando hacer, o tendrán prejuicios por los elementos superficiales? ¿Van a decir que esto es fantasía?
LE GUIN (ofendida) Pues sí, probablemente lo dirán. ¿Por qué no? Suena como si le pareciera a usted un insulto la palabra fantasía.
ISHIGURO (estupefacto) Tiene usted derecho a que le guste o no mi libro, pero por lo que a mí respecta la ha tomado con la persona equivocada. Yo estoy en el bando de los ogros y las hadas.
LE GUIN (condescendiente) Lo siento si he dicho algo hiriente al responder precipitadamente a su pregunta «¿Pensarán que esto es fantasía?». Aún no consigo entender el porqué de esa pregunta.
Del lado de Le Guin, que afirmó también que leer el libro le había parecido «doloroso», se posicionaron los más fieles seguidores del género de la fantasía, que criticaron lo que veían como un desplante por parte de Ishiguro. La crítica favoreció al británico, que dos años más tarde se llevó el Premio Nobel de literatura.

Como lectora empedernida de «cosas que me apetece leer«, desde la etiqueta de un champú en el baño hasta Anna Karenina, sin haber descartado nunca una obra por su género, estoy más bien del lado de Ishiguro, que respondía así a Neil Gaiman en una conversación con esta polémica de fondo:
No tengo ningún problema con las categorías [de los libros], pero no creo que sean útiles para nadie excepto para los editores y las librerías.
Creo que da en el clavo con el problema aquí. Si a un lector empedernido de literatura fantástica se le vende El gigante enterrado como una novela de género fantástico, se sulfurará y la tomará con el escritor, cuando—quizás— debería tomarla con la persona que decidió ponerle una etiqueta a la novela.
Ni siquiera pensaba en El gigante enterrado como una novela de fantasía. ¡Lo único que quería era que tuviera ogros!
Algo parecido podría haber pasado años antes con una de sus obras maestras, Nunca me abandones (2005), vendida como una novela distópica, de ciencia ficción. Pero parece que los lectores de ciencia ficción están (estamo) más acostumbrados a la mezcla de géneros. O que el escritor no se cuestionó en público si sus lectores le seguirían al contener su novela elementos superficiales de ciencia ficción.
Creo que las reglas de género deberían ser porosas, o no existir. Todo el debate que surgió alrededor de Nunca me abandones fue: «¿es ciencia ficción o no?»”
El caso es que en unos días se publica Klara y el sol (Klara and the Sun, 2021), un nuevo acercamiento de Ishiguro a la ciencia ficción y estoy deseando leerla. Porque otra obra de Ishiguro, The Remains of the Day (Los restos del día) está en esa nube que conforman mis novelas favoritas. Porque elegir solo una, decir que es LA favorita es difícil, pero esta novela está muy muy arriba en mi lista. Tiene el plus de contar con una versión cinematográfica que está más que a la altura, dirigida por James Ivory e interpretada por Anthony Hopkins y Emma Thompson. No sé cuántas veces he vuelto a esa historia, entre lecturas, relecturas y visionados y revisionados. Adoro a Ishiguro. Por mí, como si la siguiente es una del oeste, o una erótica, o una mezcla de géneros: un western erótico ambientando en un futuro distópico. La leeré.
Pálida luz en las colinas
Para ir calentando motores, acabo de leer Pálida luz en las colinas, su debut como novelista. Está narrada en primera persona por Etsuko, una japonesa que, como Ishiguro, nació en Nagasaki y vive en Inglaterra. Etsuko acaba de vivir el drama personal de la muerte de su hija mayor, Keiko. Recibe la visita de su hija menor, Niki, nacida en Inglaterra de su segundo matrimonio.
Cuando parece que la trama va a seguir la trágica historia de Keiko, Etsuko empieza a recordar su años en Nagasaki, cuando estaba embarazada y vivía con su primer marido, el padre de Keiko. La narración se centra en su relación con una vecina llamada Sachiko y su hija, la pequeña Mariko.
Aunque Sachiko y, sobre todo, la inquietante Mariko, son personajes dignos de recordar, no dejas de preguntarte por qué no estamos hablando de la malograda Keiko.
Uno de los temas de la novela es la falibilidad de la memoria. Ya lo dice la propia Etsuko en un pasaje del libro:
He comprendido que la memoria puede ser poco confiable; muy a menudo está intensamente coloreada por las circunstancias en las que una recuerda y sin duda esto aplica a algunos de los recuerdos que he recopilado aquí.
Otra idea que surge al leer este libro es la del viejo truco tan humano de recurrir al «a un amigo mío le pasó», cuando quieres contar algo personal que te da reparo revelar. No todo es aquí mala memoria, también puede existir un motivo para que de manera consciente o inconsciente se oculten una parte de los recuerdos.
El final de la novela nos deja con un puzle que Ishiguro ha reconocido que no es un buen desenlace:
Le tengo mucho cariño [a esta novela], pero creo que es demasiado desconcertante. El final es casi como un rompecabezas. No veo que aporte nada desde un punto de vista artístico el hecho de confundir a las personas hasta ese punto. Tan solo fue inexperiencia—no ser capaz de juzgar correctamente lo que es demasiado obvio y lo que es sutil—. Incluso en esa época el final me pareció insatisfactorio.
A mí me gustó el final tal y como está. Es de esos en los que sigues pensando tiempo después de haber acabado el libro, intentando ensamblar las piezas. Es cierto que no encaja todo, pero hablamos de recuerdos, de culpa, del deseo de cambiar cosas que ya no se pueden cambiar. De memoria, que no es de fiar, que guarda los recuerdos pasándolos a través de filtros emocionales que distorsionan la realidad.
La memoria es, precisamente, uno de los temas a los que Ishiguro vuelve en todos sus libros. Aquí está presente también en el escenario y contexto, en la Nagasaki de los años 50 que se estaba aún reconstruyendo tras la bomba atómica —no se menciona de manera directa, pero su impacto se deja notar en la vida de los personajes.
«Me interesa la memoria porque es el filtro a través del cual vemos nuestras vidas y, como es vago e incierto, favorece el que nos engañemos a nosotros mismos. Al final, como escritor, estoy más interesado en lo que las personas se dicen a sí mismas que pasó que en lo que sucedió realmente.
Otros temas muy de Ishiguro son el arrepentimiento y la culpa, también presentes en esta primera obra en la figura de Etsuko y sus estrategias para enfrentarse al pasado.
He disfrutado leyendo Pálida luz en las colinas y te la recomiendo siempre que te gusten las novelas de temática introspectiva, centrada en esas historias que las personas nos contamos a nosotras mismas. La literatura de Ishiguro me recuerda a los paisajes o escenas que pintaba Edward Hopper, con esa calma tensa tan característica.

Pero en los detalles que tanto el pintor como el escritor colocan de manera discreta en sus obras, se va dejando ver una historia muy diferente. Los personajes de Ishiguro no te cuentan directamente qué les pasa, o cómo se sienten. La trama se va revelando poco a poco, en algún diálogo o recuerdo, o entre líneas, de manera que te sientes un poco detective recogiendo esas pistas para, al final, tener la satisfacción de atar los cabos.

- Un paseo por la ciudad de Nagasaki en los años 50, en plena reconstrucción tras el bombardeo atómico.
- Una reflexión sobre la nebulosidad y los límites de la memoria.
- Conocer a Etsuko, la primera narradora poco fiable de Ishiguro. Son marca de la casa: al principio parecen muy competentes, luego empiezas a ver fisuras en su relato y finalmente se desvela su verdadera historia.
Más información:
- Pálida luz en las colinas (A Pale View of Hills, 1982). Kazuo Ishiguro. 196 páginas.
- Imagen de la estatua de la paz de Nagasaki de 我爱影像 爱 en Pixabay
- Archivo del blog de Ursula K. Le Guin
- Entrevista a Ishiguro en la que trata el tema de la memoria.
- Entrevista en el Paris Review en la que Ishiguro habla acerca del final de Pálida luz en las colinas.
- Conversación entre Neil Gaiman y Kazuo Ishiguro
Yo empecé a leer «Nunca me abandones» y me generó tal malestar (hasta físico, rara vez me ha pasado) el tema de fondo que tuve que dejar la lectura. Le doy el mérito al autor de que escribe estupendamente y que puede llegar a ser tan potente lo que cuenta que impacta en el lector. No soy fácilmente impresionable. ¿Que me recomiendas para leer suyo con una historia un poco más amable?
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Es que lo que cuenta en «Nunca me abandones» es muy duro. Y lo cuenta tan bien, empatiza tanto con sus personajes, es tan creíble, que no me extraña ese efecto casi físico que comentas. Si no has leído «Los restos del día», puede ser una buena opción. La tristeza está, pero es una historia más fácil de digerir. O Nocturnos, un libro de relatos. Tristes también, pero con toques de humor británico. O puedes esperar a Klara y el sol, que las primeras críticas están siendo muy positivas. ¡Gracias por comentar!
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No he leído a Ishiguro todavía. Me parece muy acertada su visión sobre los géneros aunque también entiendo, por lo que cuentas, la reacción de Úrsula K. Le Guin. Gran entrada. Saludos 🙂
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Muchas gracias por comentar, Juan. Estoy contigo, se puede entender perfectamente la reacción de Le Guin. Creo que Ishiguro solo trataba de gestionar las expectativas de sus lectores, pero esa pregunta se podía entender de varias formas. Un saludo 🙂
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[…] un par de meses escribí aquí sobre la primera novela de Kazuo Ishiguro. Hoy toca hablar de la última, Klara y el sol (Klara and […]
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