Cualquier lector o lectora que se precie tiene algo que le atormenta: una lista de libros pendientes que no deja de crecer. Los mecanismos que nos hacen elegir la siguiente lectura varían según la persona. En mi caso, no se trata de una lista numerada, ni respetuosa con ningún plan: es bastante caótica. A menudo se cuelan recién llegados porque no puedo resistir la tentación de que ese libro sea el siguiente. En otros casos, libros aparentemente ideales se quedan a la espera durante largo tiempo, hasta que les toca (o no) su turno. El año del pensamiento mágico (2005) llevaba años en mi lista. Al leer y releer la sinopsis, lo retrasaba. Es un libro que trata sobre la muerte y el duelo, temas que la mayoría de los mortales preferimos evitar cuando las cosas van bien.
Hasta que llega el momento: una ausencia inesperada. Un dolor tan grande que necesitas toda la ayuda del mundo. Sabes que en los libros la encontrarás, así que revisas tu lista. Vuelves a ojear el ya leído (tras otra dolorosa pérdida) La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. Y entonces te topas con Joan Didion, y esta vez la recibes con los brazos abiertos, porque ha aparecido en el momento justo.
El año del pensamiento mágico son unas memorias escritas por Joan Didion (1934-2021) en un año durísimo. Empieza narrando un día en que ella y su marido acababan de regresar a casa tras una de sus visitas al hospital donde su hija estaba ingresada en la UCI. Didion preparaba la ensalada que iban a cenar; su marido, el también escritor John Gregory Dunne, estaba tomando una copa mientras hablaba sobre la Primera Guerra Mundial. De repente, se quedó callado.
Solo recuerdo que levanté la vista. John tenía la mano izquierda levantada y estaba encorvado e inmóvil. Al principio pensé que me estaba gastando una broma poco afortunada, intentando hacerme más llevadera aquella jornada tan difícil.
Recuerdo que le dije: «No hagas eso».
Didion lo relata de forma cinematográfica. O mejor aún, fotográfica, porque los recuerdos parecen instantáneas que, al final, se unen para componer una escena completa. Puedes sentir lo que sentiría cualquiera en su situación: del enfado por esa aparente broma de mal gusto a la incredulidad, y luego el horror. Llama a emergencias, y al poco tiempo llegan los paramédicos. Ella narra con precisión lo que recuerda de la escena. Hay huecos, porque la memoria es así, pero también detalles nítidos, como su desesperación por leer en los rostros del personal médico si había o no esperanzas.

Me sorprendió la honestidad brutal de este libro. Didion no edulcora ni convierte su dolor en un mensaje de resiliencia. No hay moraleja. Esto no es un manual de autoayuda. Lo que hay es desconcierto, incredulidad, incluso una negación que ella bautiza como ese «pensamiento mágico» que da título al libro, esas ideas irracionales que tenemos cuando fallece un ser querido, como que el muerto podría volver si no se dona su ropa, si uno no toca todavía sus cosas. Me suena, la verdad.
Te decía que esto no es un manual de autoayuda. Pero consigue ayudar. Aunque seguro que habrás oído hablar de las fases del duelo, no es algo que se viva de forma lineal, siguiendo la secuencia típica de negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Cada persona lo vive a su manera. Las fases se entremezclan. La incredulidad sí que suele aparecer en primer lugar («no puede ser«), especialmente en muertes repentinas como la de Dunne. Pero el tiempo pasa y no desaparece. Como dice Didion, no puedes tirar la ropa enseguida, porque ¿qué se pondrá él (o ella) cuando vuelva? Y eso reconforta: saber que esas ideas locas no las tienes solo tú. Que las tiene incluso alguien brillante, como Joan Didion. Dicho de otro modo: la literatura, a veces, no está para consolarnos sino para acompañarnos en el desgarro. Pura terapia de grupo.
La prosa de Didion, contenida y precisa, hace que el relato nunca cruce la línea del sentimentalismo. Mantiene esa distancia quirúrgica que ya era su marca de estilo, pero aquí al servicio de algo tan íntimo como su duelo.
He leído alguna crítica que tacha de «confuso» este libro. Quizás sea por la forma en que Didion habla del tiempo. Su duelo no sigue un curso lineal, sino que se abre en espirales, retrocede, se estanca. Ella repite los mismos momentos una y otra vez, como quien toca con la punta de la lengua una llaga en la boca para comprobar si sigue abierta. Esa circularidad me resultó también muy reconocible.
En mi caso, algo que me alejó de la historia fue la evidente comodidad económica de Didion y su marido. La muerte de Dunne ocurre en su pisazo de cuatro dormitorios y cuatro baños en Nueva York. En sus recuerdos de la vida familiar, Didion nos lleva de paseo por su mansión de Hollywood y su casa de Malibú. Dunne provenía de una familia acomodada de origen irlandés, y Didion era de clase media acomodada. Viajaban de una casa a otra, o a cualquier parte del mundo, cuando les apetecía. Al salir del hospital tras visitar a su hija, debatían sobre a qué restaurante ir a cenar. Puede costar empatizar con eso, pero al final incluso sirve para reforzar que ni todo el dinero del mundo te evitará sufrir un duelo —si alguna vez has querido a alguien, claro—.
No puedo recomendar este libro sin aclarar que no es una lectura cómoda (aunque ya lo habrás deducido desde el primer párrafo). Pero tampoco es un texto oscuro: lo ilumina la lucidez tan típica de Didion. Leerlo es como entrar en la mente de alguien que intenta comprender lo incomprensible, que anota con meticulosidad las horas, los diagnósticos médicos, los gestos, las palabras dichas y las no dichas, como si de esa enumeración pudiera surgir un sentido.
Didion no pretende ofrecer un cierre redentor, porque sabe que no existe. El libro termina en el mismo lugar en que empezó: con la aceptación de que lo irreparable es irreparable. Y, sin embargo, lo paradójico es que sus palabras sí logran algo: crean un espacio donde puedes reconocerte. Supongo que eso es lo que hace que El año del pensamiento mágico sea un clásico moderno del duelo.
Más información:
- He leído la edición de Random House, con traducción de Javier Calvo y magníficamente ilustrada por Paula Bonet. Por si a alguien de Palma le apetece leerlo, ya lo he devuelto a su hogar, la biblioteca de Can Sales.
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