Hay libros que no levantan la voz en ningún momento, pero aun así te golpean con fuerza. Dora Bruder (publicado en 1997) es uno de ellos. El francés Patrick Modiano reconstruye la historia de una adolescente desaparecida en el París ocupado sin grandes revelaciones, con una búsqueda íntima y obstinada, más parecida a un diario que a una investigación.
El narrador —Modiano o un alter ego— encuentra en un viejo periódico de 1941 un anuncio que le llama la atención. Así lo cuenta en la primera página de la novela:
Hace ocho años, en un viejo ejemplar del Paris-Soir, con fecha del 31 de diciembre de 1941, me llamó la atención una sección, «De ayer a hoy», en la página tres. Leí:
«Se busca a Dora Bruder, 15 años, 1,55 m, rostro ovalado, ojos gris-marrón, abrigo sport gris, pullover burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París».
A partir de ahí empieza a indagar. Consulta archivos, visita calles, entrevista a personas que vivieron en ese lugar y época. Poco a poco reconstruye una silueta: la de una chica judía que vivía con sus padres, que estuvo interna en un colegio religioso, que se fugó y que luego fue deportada. Hay muchos huecos en su historia. Modiano no los disimula: los señala, los admite, los rodea.
Y en este punto te preguntarás, como lo hice yo, si esto es una novela, dado que el anuncio era real y la tal Dora Bruder existió. Dora Bruder se considera una novela por varias razones: la voz narrativa, la estructura y, sobre todo, por la libertad que se toma Modiano para llenar los vacíos de la historia con conjeturas o asociaciones personales. Porque a la vez que habla de Dora va entrelazando episodios de la vida de su familia, por tanto también contiene pinceladas de autoficción.
Aunque parte de un hecho real y se apoya en documentos, recortes de prensa y archivos, Modiano no se limita a presentar datos ni se ajusta a los estándares de una biografía. El narrador se involucra emocionalmente, mezcla sus propios recuerdos, reflexiona sobre la memoria y el tiempo, e incluso reconoce todo lo que no sabe. Sus dudas, intuiciones y silencios son literarios. Trata los hechos con una subjetividad que aleja el texto de una crónica histórica.
En Dora Bruder, Modiano no dramatiza. Y, sin embargo, conmueve. Porque la búsqueda de Dora Bruder se convierte en algo más que la historia de una joven judía desaparecida: es un gesto contra el olvido. Un intento por restituir una presencia mínima, una vida que apenas dejó rastro. Modiano siente el deber de recordarla. Y lo hace desde una escritura contenida que pone aún más de relieve las atrocidades cometidas por seres humanos contra otros seres humanos (atrocidades que, por desgracia, no son cosa del pasado).

A veces puede parecer que Modiano da rodeos, que se pierde en detalles aparentemente secundarios: calles, hoteles, registros escolares, breves biografías de escritores de la época de Dora. Pero ahí está la clave. En esos desvíos se construye la memoria. En cada dato parcial, se intuye una vida interrumpida. El París de entonces se superpone al de ahora, como una transparencia borrosa. El narrador va y viene entre esas capas de tiempo. Hay preguntas que flotan en la narración: ¿cómo puede una ciudad seguir su curso, indiferente, cuando ha sido testigo de tantas desapariciones? ¿Cómo puede la vida continuar como si nada?
Mientras leía, pensé a menudo en Todos los nombres, de Saramago. También allí un hombre —un funcionario— se aferra al nombre de una persona corriente y empieza a tirar del hilo. Ambas novelas comparten esa obsesión por la búsqueda, ese impulso de rescatar del olvido a alguien que no dejó apenas huella. Eso sí, lo hacen con estilos y motivaciones distintos. Saramago es irónico y escribe con sus frases largas y expresivas de puntuación escasa. Modiano apuesta por la contención, por una prosa casi documental.
No es un libro trepidante. Su ritmo es pausado, casi hipnótico, con un tono general melancólico, pero no desesperanzado. Hay algo de consuelo en la insistencia de la búsqueda, en esa voluntad de mirar atrás sin morbo ni sentimentalismo. Dora Bruder, advierto, deja huella. La última página me pareció desgarradora.
Este librito de apenas 125 páginas ha sido mi primera lectura de Patrick Modiano (1945), el francés tímido de casi dos metros de estatura que, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura en 2014, solo quería saber, visiblemente sorprendido, qué habían visto los académicos en su obra para darle semejante galardón. La Academia sueca respondió poco después a Modiano y a toda la comunidad literaria. Se lo dieron por «el arte de la memoria con el cual ha evocado los más inasibles destinos humanos y desvelado la vida cotidiana en los años de la ocupación».
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Hola, Cinelibrista. No he leído a Modiano. Me gusta el planteamiento de este libro. Como decía Santayana: «Aquellos que no conocen su pasado están condenados a repetirlo». Genial la reseña, me apunto el libro. Saludos 🙂
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