La hija oscura – Elena Ferrante

La hija oscura (La figlia oscura, 2006) ha sido mi primera lectura de Elena Ferrante. Me la leí de un tirón, no podía soltarla. Me gustó tanto que después leí dos más: Los días del abandono (2002) y La amiga estupenda (2011). Hasta ahora, debía ser yo una de las pocas personas que no había leído a la escritora italiana que decidió mantener oculta su identidad (pese a que gracias a —o por culpa de— algunas personas que no podían consentir eso del anonimato parece que ya se le ha puesto cara y nombre) y que se convirtió en una de las autoras más vendidas y reconocidas del panorama literario actual de este siglo.

No había leído nada de Elena Ferrante por mi irracional miedo al best-seller. Sí, es cierto que en los estantes de las librerías reservados a esas novelas de las que todo el mundo habla y que se venden como churros hay libros de dudosa calidad literaria. Pero con mis años de experiencia girando páginas —incluso leyéndolas en muchas ocasiones— debería haber aprendido ya que también hay buenos libros que llegan a alcanzar esos estantes. Que la etiqueta de best-seller no debería afectar a mi percepción de una novela. Tengo algunas experiencias negativas, eso sí. Grandes éxitos que no me gustaron: historias de pilares, códigos, alquimistas, espíritus, cosas que leí y que no me dejaron huella, más allá de esta bestsellerfobia que, gracias a Elena Ferrante, espero haber superado. Porque reconozco que también he disfrutado anteriormente con muchos libros que han sido grandes éxitos de ventas: El nombre de la rosa, Corazón tan blanco, Ensayo sobre la ceguera, o el reciente Hamnet, comentado en este blog, por nombrar algunos (y obviando el formidable éxito del Quijote ya desde su publicación).

Pero voy al grano, a comentar la hipnótica y retorcida novela breve de Ferrante, La hija oscura, que en sus poco más de 150 páginas nos conduce al interior de Leda, una mujer de 48 años que viaja sola a pasar sus vacaciones a la playa en el mar Jónico, en la suela de la bota de la península italiana. Leda es madre, aunque está divorciada y sus hijas (ya adultas) se han ido a vivir con su padre a Canadá. La novela está narrada en una primera persona que es como un monólogo interior cándido y honesto, brutal cuando toca temas como los claroscuros de la maternidad.

Cuando mis hijas se mudaron a Toronto, donde su padre vivía y trabajaba desde hacía años, descubrí con inquieta sorpresa que no sufría ningún dolor, sino que me sentía ligera como si solo entonces las hubiera dado a luz definitivamente. Por primera vez en casi veinticinco años no sentía el apremio de tener que cuidar de ellas. La casa permaneció en orden como si nadie la habitase, me despreocupé de la compra y de la colada, la mujer que desde hacía años me ayudaba en las tareas domésticas encontró un trabajo mejor remunerado y no sentí la necesidad de reemplazarla.

Leda parece feliz, por fin libre de las ataduras de la maternidad. Pero esa «inquieta sorpresa» con la que recibe a su recién descubierta ligereza ya nos da pistas de que la culpa, la maldita culpa, está al acecho. Ella es una profesional, profesora y traductora, que siente que no ha podido llegar más lejos debido al tiempo y al esfuerzo dedicado a sus hijas que, como suele ocurrir, ha sido mucho más del que su marido —con una carrera similar— dedicó, especialmente en la etapa más complicada, cuando las niñas eran pequeñas y totalmente dependientes. Esa libertad golpea también al lector, especialmente si es lectora y tiene hijos. Cuesta ahuyentar esas dos terribles palabras que se cuelan en la mente para etiquetar a Leda: mala madre. No está bien, pensamos, porque lo correcto, lo normativo, sigue siendo aparcar temporalmente carreras o aspiraciones profesionales o personales para centrarnos en nuestros retoños. Así que lo sentimos por las pobres niñas, empatizamos con ellas, sobre todo cuando Leda comienza a dar más detalles de su comportamiento cuando eran aún muy pequeñas.

Pero luego ocurre algo tan inquietante como esa libertad que siente Leda: comenzamos a empatizar con muchas de las emociones que ella describe. Aquí lo cuenta Maggie Gyllenhaal, que dirigió la película de 2022 en la que adaptó el libro de Ferrante:

Pensé que esa mujer estaba muy jodida. Luego empecé a pensar que yo conectaba con ella y que quizá estaba igual de jodida. Eso o que en realidad era una experiencia similar a la que sufre mucha gente aunque no hablemos de ella. Esa verdad secreta de los libros sobre la experiencia femenina en el mundo me llevó a pensar si me lanzaba a salir de mi habitación donde estaba tranquilamente leyendo y hacia una película y la compartía con todos.

Fuente: Cadena Ser

Leda acude cada día sola a la playa, con sus libros, dispuesta a avanzar en su carrera y a disfrutar de su libertad. Pero entonces aparece una familia de esas que colonizan la playas, un ruidoso grupo napolitano en el que destacan una joven madre y su hija. Leda las observará de manera obsesiva, recordando a la vez momentos de su propia juventud, cuando era madre de dos niñas pequeñas.

Creo que es mejor saber lo menos posible de La hija oscura antes de leerla. Siempre es buen consejo para cualquier libro, claro. Pero llegar a esta novela con poca información sobre la trama, y por supuesto sin haber visto la película, permite disfrutarla casi como un thriller. Porque ya desde el principio incluye un elemento de misterio, una «lesión inexplicable» que aparece en el segundo párrafo, que se va encadenando con otras acciones imprevisibles y que generan un suspense que te hará difícil soltar el libro hasta llegar al final.

Pero no quieres seguir leyendo solo para saber qué le ha pasado a Leda. Sigues leyendo porque la prosa de Elena Ferrante te engancha y no te suelta. Pero cómo escribe esta mujer, me decía a la vez de manera admirativa e interrogativa: ¡como!/¿cómo? No creo que pueda describirlo, lo intentaré. Por un lado, es una cuestión de vocabulario, que es sencillo (nada de lenguaje rebuscado) pero directo, las palabras que dan en la diana para describir emociones y sentimientos. Te trasladan el dolor, la rabia, la alegría, lo que sea que esté sintiendo la protagonista. Empatizarás, o la odiarás, o le gritarás pero qué estás haciendo, Leda, porque es muy real, te la crees. Pensaba en Virginia Woolf al leer a Ferrante, pero más por el famoso y para entonces novedoso stream of consciousness que la británica utilizó en Mrs. Dalloway (1925), traducido como monólogo interior: nuestra expresión pierde esa palabra «stream» que significa arroyo o riachuelo y que dibuja la imagen de una serie de pensamientos que circulan no de manera lineal, sino con sinuosos meandros que lo ralentizan o cascadas que lo aceleran. También es comparable por los frecuentes flashbacks presentes en ambas novelas.

Por otro lado, hay muchas cosas que diferencian a Ferrante de Woolf. En mi opinión, la italiana describe con unas pinceladas minimalistas que recogen, más que el paisaje o situación en sí, las sensaciones que producen. Muchas veces son descripciones brevísimas, pero que te transportan a la escena. Aquí un breve ejemplo:

Qué son unas vacaciones en la playa cuando llueve: calles con charcos, ropa demasiado ligera, pies mojados y un calzado inadecuado.

Y otro ejemplo más largo, pero igualmente compuesto de este tipo de instantáneas:

Un cuerpo de mujer hace mil cosas distintas, trabaja, corre, estudia, fantasea, inventa, se agota, y mientras tanto los pechos se agrandan, los labios del sexo se hinchan, la carne palpita con una vida redonda que es tuya, tu vida, y sin embargo empuja hacia otra parte, se separa de ti a pesar de habitar en tus entrañas, feliz y pesada, gozada como un impulso voraz y aun así repulsivo como el injerto de un insecto venenoso en una vena.

Son muy frecuentes las oraciones yuxtapuestas, compuestas por múltiples oraciones simples y separadas por comas en las que Ferrante mezcla diálogos, descripciones de las acciones y emociones en una misma oración, logrando escenas vívidas, dinámicas, explosivas:

Sin embargo comencé a agitarme, grité a mi marido he perdido un pendiente, miré en la toalla, no estaba, repetí la frase más fuerte, irrumpí como una furia en sus juegos, le dije a Marta: has visto, por tu culpa he perdido un pendiente, se lo dije con odio, como si fuese responsable de algo muy grave para mí, para mi vida, y después volví sobre mis pasos, removí la arena con el pie, con las manos, vino mi marido, vino Matteo, se pusieron a buscar.

Las frases que forman esas oraciones son a veces muy breves («Subí a mi coche, lo puse en marcha, conduje en dirección al mar»), consiguiendo que casi puedas oír el metrónomo marcando esas leves pausas de las comas, imprimiendo un ritmo acelerado a estos párrafos. Y estos son solo algunos detalles, hay mucho más en la escritura de Ferrante que la hace hipnótica y reconocible, aunque no tan fácil de definir (al menos, para mí).

Por si no ha quedado claro, recomiendo leer La hija oscura. Tengo pendiente la película. Me parece muy difícil adaptar todas las capas que tiene esta breve novela, pero tanto la directora como sus protagonistas (sobre todo Jessie Buckley y la enormísima Olivia Colman) me dan bastante confianza.

De momento, no he continuado leyendo las novelas que siguen a La amiga estupenda. No soy muy de sagas, qué le vamos a hacer. Las dejo para más adelante, sospecho que me gustarán más ahora que las protagonistas son adultas. No sé si Elena Ferrante me habría gustado tanto si hubiera empezado por su novela más famosa. Es probable que sí, porque su escritura está ahí, pero disfruté mucho más con La hija oscura y con la locura que me encontré en Los días del abandono, también muy recomendable, con una protagonista con un aire de familia a Leda o a Lenú.

Más información:

  • En una entrevista (por e-mail) para Los Angeles Times, a Elena Ferrante le preguntaron qué era lo que más apreciaba al leer un libro. Su respuesta sirve para completar la definición de su estilo un poco más: «acontecimientos inesperados, contradicciones significativas, virajes bruscos y repentinos en el lenguaje, en la psicología de los personajes».

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9 comentarios en “La hija oscura – Elena Ferrante”

  1. ¡Hola! No sabía que Elena Ferrante había publicado algo antes de «La amiga estupenda», por su brevedad y temática parece una buena manera de empezar a leerla, voy a buscar el libro, ¿la película tiene el mismo nombre?

    Esa forma de escribir que comentas es de las cosas que más me llama la atención, en general prefiero a los escritores minimalistas. Gracias por descubrirme este libro 🙂 ¡Saludos!

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    1. ¡Hola, Noctua! La película tiene el mismo título que el libro en España, aunque el original es «The Lost Daughter». Respecto a lo de minimalista, igual no he escogido muy bien el término 🙂 No se parece a Carver, por ejemplo. Pero creo que destila muy bien las ideas, imágenes o emociones y que lo hace de manera que parece fácil, con ese vocabulario sencillo y directo, a base de fragmentos que van componiendo la foto de lo que nos quiere contar sin apenas digresiones. Muchas gracias por comentar y ya me dirás qué tal si lo lees. ¡Un saludo!

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  2. Me encanta Elena Ferrante. Tardé en leerla por esa pereza que me dan también los best seller. Fue leer unas páginas y ya era como una vieja amiga compartiendo confidencias en un lenguaje prodigioso. Lo cuentas fantástico, he disfrutado cada línea de tu texto como si la estuviese leyendo a ella, tan vivo es el recuerdo que me has traído de su prosa. Leí en su momento «La amiga estupenda» y recientemente «Un mal nombre», otra joya. Tampoco soy de sagas, pero esta la quiero leer entera. Lo que ya no sé es si antes de seguir me leeré «La hija oscura». No sé si conoces la correspondencia de Elena Ferrante y Elizabeth Strout, es muy interesante. Saludos 🙂

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    1. Me has hecho feliz con tu comentario, porque cuando me gusta tanto algún libro siempre intento buscar los engranajes de esa maquinaria que me ha impedido soltar el libro hasta acabarlo. Pero no creo que esté rascando ni la superficie, es difícil saber qué es, qué tiene, dónde está el truco, sobre todo cuando el lenguaje parece tan natural como si alguien te estuviera compartiendo unas confidencias, como dices. No conocía su correspondencia con Strout, la he localizado y me la guardo para leerla bien. También tengo echado el ojo a «En los márgenes» de Ferrante, pero quizás para cuando haya leído alguna otra. Un saludo y gracias por pasar por aquí 🙂

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