Un reflejo velado en el cristal — Helen McCloy

Si, como yo, creciste leyendo a Agatha Christie, a Edgar Allan Poe y a Arthur Conan Doyle, esta novela es para ti. Si pasas por una racha de estrés y preocupaciones y buscas un agujero confortable en el que esconderte del mundo, Un reflejo velado en el cristal (Through a Glass, Darkly, 1950) es tu novela. Crímenes, fenómenos paranormales, exclusivos internados llenos de recovecos oscuros, psiquiatras, buenos que parecen malos, malos que parecen buenos… Y con el telón de fondo de la Nueva York de finales de los 40.

Helen McCloy escribió esta novela poco después del apogeo de la edad de oro de la ficción detectivesca anglosajona (Golden Age of Detective Fiction) que tuvo lugar en los años 20 y 30. Las primeras décadas del siglo XX vieron un crecimiento exponencial de géneros dedicados al mercado de masas: sagas familiares, comedias ligeras, aventuras y novelas de detectives. Para ponernos en contexto, Agatha Christie escribió El asesinato de Roger Ackroyd, la que hoy es considerada su mejor novela, en 1926. Las novelas de detectives al estilo de Christie, John Dickson Carr o Ellery Queen no se acabaron en los 30. Ni en los 40, ni en los 50: han llegado hasta nuestros días de la mano de autores como P.D. James o Anthony Horowitz. Este tipo de novelas sigue siendo tan popular que ha dado lugar a un subgénero relativamente reciente, nacido a finales del siglo XX, conocido por el anglicismo cozy (misterio cozy). Pensemos en Angela Lansbury metida en el papel de Jessica Fletcher: crímenes allá donde iba (¿por qué narices la seguían invitando?), sí, pero sin violencia explícita ni escenas subidas de tono. Su papel de detective aficionada (la buena mujer era escritora cuando los cadáveres se lo permitían) también es típico de estas novelas.

Pero no, Helen McCloy no es cozy. Pese a que su detective de cabecera, Basil Willing, es amateur (psiquiatra de profesión), y no hay sexo ni sangre a borbotones, esto no es un misterio cozy. Bebe más de fuentes como los fenómenos aparentemente paranormales con los que se podía encontrar Sherlock Holmes (como el perro de los Baskerville), que McCloy leyó con avidez de niña.

Un reflejo velado en el cristal nos presenta una situación enigmática desde el arranque: Faustina Crayle, profesora en el prestigioso internado femenino de Brereton, recibe la noticia de su despido fulminante con estupor. Lleva pocas semanas en el cargo y la directora del centro no le informa acerca de los motivos, tan solo le dice algo así como que no encaja.

Es solo que… bueno, que usted no encaja en el modelo de Brereton. ¿Ha notado alguna vez como ciertos colores desentonan entre sí? ¿Un rojo tomate con un rojo vino? Es algo así, señorita Crayle. Su sitio no está aquí. Pero no debe desanimarse. En otro tipo de escuela aún puede resultar útil y ser feliz.

Mientras trata de digerir eso de ser un bicho raro y se va preparando para marcharse con una cuantiosa indemnización —que subraya la premura de la directora y la improcedencia del despido—, vemos que algo raro pasa con Faustina: la manera en que se comportan sus compañeras y alumnas refleja miedo. Les aterroriza la frágil, tímida y educada Faustina. Y ella no entiende nada. Con la mediación de otra profesora y amiga, contacta con el Dr. Basil Willing, psiquiatra y detective aficionado, quien interroga a la directora del internado hasta llegar a la raíz del asunto: Faustina tiene un doble fantasma o doppelgänger.

¿Pretende que crea que no conoce la antigua tradición inglesa del fetch, el doble fantasmagórico de un hombre vivo? Es la misma que el doppelgänger alemán, literalmente «el doble andante».

Sin desvelar mucho más del asunto, el objetivo del Dr. Willing será buscar una explicación racional a ese fenómeno y a los mucho más alarmantes sucesos que tendrán lugar después.

A lo largo de la narración, y a través de las mentes pragmáticas de Willing y su novia Gisela, McCloy explora los orígenes de la creencia folclórica y fantástica de que todos tenemos un doble perfecto y que verlo significa muerte. Se menciona la tradición irlandesa del fetch, muy similar al germánico doppelgänger en tanto que la visión del propio doble es un mal augurio. Las memorias de Goethe, propiedad en la novela de la mencionada Gisela, ocupan un lugar central ya que en ellas se describe el encuentro del escritor alemán con su propio doble en dos ocasiones: la primera vez con su yo futuro y la segunda con su yo pasado, en el mismo punto de una carretera en dos momentos distintos de su vida. Un suceso muy comentado también por tratarse de una historia muy similar a la de la Faustina Crayle es la historia real de Émilie Sagée, una joven profesora francesa que a mediados del siglo XIX pasó por la misma situación que nuestra protagonista: fue expulsada de varios colegios debido a su —involuntaria—habilidad para estar en dos sitios a la vez.

El tema del doppelgänger es recurrente en la historia de la literatura. Fue muy popular durante el Romanticismo, tanto que incluso algunos famosos escritores famosos vivieron el trance de verse duplicados: el ya (doblemente) mencionado Goethe; a Guy de Maupassant su doble llegó a dictarle un relato (quizás la sífilis y la cocaína y el éter tuvieron algo que ver); el poeta Percy Bysshe Shelley también se encontró con su doble en varias ocasiones, quien incluso le soltó una frase enigmática en uno de sus encuentros («¿Cuánto tiempo supones que estarás satisfecho»). El otro Shelley fue visto también por familiares y amigos, entre ellos Lord Byron, quien para no ser menos que su amigo vivió un episodio similar, el de la bilocación: él no se vio, pero fue visto por varias personas en Londres mientras estaba en Grecia.

La neoyorquina Helen McCloy (1904-1994), hija de escritora y de editor, trabajó como periodista freelance y crítica de arte antes de dedicarse a la escritura. Su vida giró en torno a las novelas de misterio: se casó con el escritor Brett Halliday (pseudónimo de Davis Dresser), quien también cultivaba el género. Fue la primera mujer en presidir la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos (Mystery Writers of America), entidad que aún hoy sigue entregando los premios Edgar a las novelas, relatos, biografías, e incluso capítulos de series de TV que han destacado dentro de la ficción detectivesca o de misterio. Un reflejo velado en el cristal es considerada la mejor novela de McCloy. No puedo hablar de otras porque no he leído más aún, pero sin duda lo haré porque el verano está a la vuelta de la esquina y no hay verano que se precie sin unas cuantas dosis de ficción detectivesca de la buena.

Más información:

  • Un buen artículo si quieres ampliar información sobre el doppelgänger.
  • Hay muchos buenos libros sobre el tema. Mi favorito es El hombre duplicado (1998), de José Saramago. Denis Villeneuve lo llevó al cine en 2013 (Enemy), pero por mucho que me guste Villenueve, me quedo con la novela del portugués.
  • Una inquietante película que explora el lado terrorífico del doble es Nosotros (2019), de Jordan Peele.

7 comentarios en “Un reflejo velado en el cristal — Helen McCloy”

  1. Me gustó mucho la entrada y me encanta tu blog, es un placer pasar por aquí. Es refrescante leer un artículo en el que se comenta una novela que no contenga los imprescindibles «me atrapó» o «me enganchó», ¡por fin!

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    1. Irene, muchas gracias. Me has dado energía como para coger el portátil e ir a por la siguiente entrada 🙂 Me encantó tu entrada sobre el mejor oficio del mundo. Seguro que lo es, o al menos eso parece desde fuera. ¡Un saludo!

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