El quinto hijo — Doris Lessing

La novela El quinto hijo (The Fifth Child, 1988), de Doris Lessing, narra la historia de Harriet y David Lovatt, una pareja que compra una casa grande en los suburbios de Londres con la idea de llenarla de niños. Él, arquitecto, trabajará para para pagar la hipoteca y alimentar a la familia. Ella, diseñadora gráfica, se quedará en la casa cuidando de ese hogar lleno de risas infantiles y dicha matrimonial.

Estamos en la Inglaterra de los 60, con Londres (el Swinging London) liderando el panorama cultural mundial de la música (The Beatles, The Kinks, The Rolling Stones), del cine y la TV (Blow-up, Alfie, Los vengadores) y de la moda y el diseño (Mary Quant y su minifalda, Twiggy, el Mini Cooper). Para hacerte una idea del espíritu de la época, piensa en Austin Powers (yeah, baby) con sus trajes de efecto psicodélico, su defensa del amor libre, su Jaguar pintado con la Union Jack y sus bailoteos.

La británica sonrisa de Austin Powers (fuente)

Bien, volvamos ahora a casa de los Lovatt. En ese contexto, se nos antojan conservadores, casi anacrónicos. Especialmente Harriet, que toma la decisión de abandonar su carrera profesional para perseguir su sueño de ser madre de muchos, muchos, pero que muchos niños. Los recién casados no cuentan con el apoyo de su entorno cuando comparten su idea de felicidad hogareña. Cuando ya han tenido los primeros cuatro hijos, Harriet se ve obligada a justificar su deseo de tener al menos cuatro niños más (eso sí, después de una pausa de tres años):

—No vais a tener cuatro niños más, ¿verdad? —preguntó Sarah [la hermana de Harriet], suspirando […].

—Sí, por supuesto que los vamos a tener —dijo Harriet—. Lo cierto es que esto es lo que todo el mundo quiere, pero nos han lavado el cerebro para suprimirlo. La gente quiere vivir así, de verdad».

Dorothy, la madre viuda de Harriet (y explotada abuela, que en este punto de la historia cuenta ya con ocho nietos sumando los de su hija mayor) opina de otra manera:

—Estás muy equivocada, Harriet. La verdad es lo opuesto de lo que dices. Han lavado el cerebro de la gente para que crea que la vida familiar es lo mejor. Pero eso es cosa del pasado.

Pese a haber asegurado que iban a esperar unos años tras haber tenido sus primeros cuatro hijos entre 1966 y 1973, Harriet se queda inesperadamente embarazada de nuevo. Esos siete años de traer niños al mundo —que se dice fácil— le han pasado factura y está agotada. La abuela Dorothy, que antes de saber del embarazo había manifestado su deseo de tomarse unas vacaciones navideñas en soledad para descansar de tanta intensidad infantil, se ve obligada a seguir ayudando a una Harriet que está sufriendo un embarazo durísimo, con un feto cuyos movimientos se han empezado a percibir —y sufrir— mucho antes de lo normal.

En el quinto mes, acude al Dr. Brett (obstetra y pediatra) a pedir ayuda. Si bien Harriet no es una protagonista con la que resulte fácil empatizar, en cuanto conoces al Dr. Brett te pones de parte de ella. Harriet está rota de dolor a causa de la lucha de ese feto que parece querer salir de su vientre a patadas y golpes y le pregunta al médico si ha visto otros casos así. Solo quiere que el médico, como autoridad en la materia, reconozca el dolor físico que está sintiendo. Pero él no lo hace, solo le dice que es algo grande para cinco meses y que, en efecto, es un bebé lleno de energía. Pero nada anormal. Es ella quien debe tomarse las cosas de otra manera. Vamos, que le suelta un «ponte tranquila» y le receta un sedante.

Cuando por fin nace el niño, Ben, está claro que no es como los otros. Lessing lo describe como un neandertal, pequeño de estatura pero robusto, de frente escasa y pelo rubio hirsuto. Harriet, con los pezones llenos de heridas y moratones, se ve obligada a destetarlo pronto (no sin sufrir antes la mirada de desaprobación del Dr. Brett). Tanto ella como David se preguntan de dónde ha salido ese bebé que se pasa las noches bramando y que trepa con la habilidad de un simio a las ventanas, obligándoles a colocar barrotes. Harriet desea poder etiquetar a Ben, saber qué le ocurre. La hija menor de su hermana, Amy, tiene síndrome de Down. Ella quiere —necesita— también un diagnóstico que le permita identificar a su hijo y poder justificarse ante los demás, ya que siente que la están culpando de lo que ocurre con Ben. Pero nadie se lo puede dar.

Fragmento de Madre muerta, de Egon Schiele (fuente)

Es inevitable no pensar en Frankenstein al leer esta novela. Harriet es Victor Frankenstein. Ben, el monstruo. El rechazo a lo diferente, la sensación de culpa de Harriet, acrecentada por las miradas acusadoras de los suyos. La destrucción de la familia modélica. La búsqueda de una identidad por parte del monstruo.

Una se pregunta de dónde sale una historia como esta: que qué nos quiso decir Doris Lessing —Premio Nobel de Literatura en 2007, comunista, feminista, anticolonialista, antiapartheid, pacifista— con esta historia contemporánea de terror que tiene elementos góticos: el monstruo, la gran casa victoriana, la damisela en apuros, el suspense, el misterio, el elemento sobrenatural de la inexplicable fuerza sobrehumana de Ben.

Doris Lessing (Kermanshah, 1919-Londres, 2013), madre de tres hijos, dejó a los dos mayores con su padre en Sudáfrica cuando se trasladó a vivir al Reino Unido con Peter, el menor, fruto de su segundo matrimonio. Lo hizo porque sabía que con tres niños pequeños no podría dedicarse a la escritura. Y sabía que debía dedicarse a la escritura, para no acabar siendo una intelectual frustrada y alcohólica como su madre, lo que quizás hubiera sido más dañino para sus hijos que dejarlos al cuidado de su padre. ¿Tiene algo que ver con esta historia el retrato despegado que hace de Harriet, la abnegada madre que abandona su carrera y que es castigada con ese quinto hijo? En una entrevista que le hizo Rosa Montero en 1997, Lessing dejaba claro que el camino elegido por Harriet no era el habitual en su época:

Toda mi generación tiene madres frustradas y amargadas. Y todas estuvimos intentando escaparnos de lo que ellas eran ”

Por otro lado, y dado el carácter político de las primeras obras de Lessing, los lectores de la época (los 80) veían una alegoría en esta historia de una pareja de clase media que engendra a un neandertal en la Gran Bretaña de la Thatcher. ¿Quizás Lessing crea a ese monstruo como un espejo que refleje la sociedad de la época? En esta lectura, Ben no es ser venido de otro planeta ni de la prehistoria: es un invasor de las clases más pobres y desfavorecidas que irrumpe en ese hogar privilegiado.

Lessing respondió a las diversas interpretaciones en una entrevista con el New York Times del mismo año en que se publicó el libro:

Siempre me han fascinado las leyendas acerca de la gente pequeña, los gnomos y los duendes. Además leí un ensayo de [el poeta y antropólogo] Loren Eiseley en el que hablaba acerca de un paseo que dio por la orilla del mar en algún lugar de Maine al atardecer. Había estado pensando en la Edad de Hielo y alzó la mirada y vio a una niña. Y se dijo «ahí tenemos una niña de la Edad de Hielo». Estuvo especulando con que el gen podría haber llegado hasta aquí a través de los siglos.

Esta idea se quedó en la recámara de la mente de Lessing y salió a flote un tiempo después, cuando leyó la angustiada carta de una mujer en una revista:

Decía algo así más o menos: «Tuve tres hijos normales. Y luego tuve otro bebé, una niña, que fue mala desde el momento en que nació. Éramos una familia cariñosa y unida y ahora todo se ha echado a perder. Ella es agresiva y rencorosa y solo quiere hacer daño a la gente».

Así que enlazó estas ideas (de fuentes tan dispares: el ensayo de un antropólogo y la carta de una lectora al consultorio de una revista) y escribió la novela como respuesta a un ¿qué pasaría si eso ocurriera? Si alguien tuviera un hijo así, ¿qué haría?

Por supuesto, como en cualquier otra obra literaria, El quinto hijo es mucho más que la suma de un par de ideas. En otra entrevista al New York Times, mencionó que la destrucción de la familia perfecta (una especie de familia Brady) surge de un «sentido del desastre» que la escritora mamó desde bebé. Su padre sufrió la amputación de una pierna en la Primera Guerra Mundial; la Segunda Guerra Mundial estalló cuando Lessing se acababa de casar y vivía en Rodesia del Sur (actual Zimbabue). La obsesión con esas catástrofes que arruinaban familias perfectas deja también su huella en esta novela.

Te recomiendo la lectura de El quinto hijo siempre que no estés embarazada. Si estás esperando un bebé y no la has leído, espera cinco o seis años antes de hacerlo. Si aún así tienes un antojo de historia de terror con embarazada protagonista, te recomiendo que veas o leas La semilla del diablo, historia placentera e inocua en comparación con esta breve novela (solo 160 páginas) de Doris Lessing. Es solo por un tema de probabilidades: el riesgo de que tu hijo haya sido engendrado por el diablo es nulo, pero la posibilidad de dar a luz a un humano diabólico está siempre ahí.

Más información:

  • Siempre que leo algo de —o acerca de— Doris Lessing, pienso en ese vídeo que capta el momento en el que un grupo de periodistas apostados frente a su casa de Londres le comunican que ha ganado el Nobel. «Oh, Christ» es la maravillosa respuesta de una Lessing recién llegada en un taxi con su hijo Peter, que llevaba una alcachofa en cabestrillo.

8 comentarios en “El quinto hijo — Doris Lessing”

    1. Muy buena y difícil pregunta. Lessing lo pinta como cruel, perverso y anómalo de nacimiento. Encajaría en la definición de la RAE de monstruo —que me has hecho buscarla 🙂 —. Pero sin duda lo que hace su familia para resolver el problema de Ben (que no cuento aquí para no spoilear) empeora las cosas, así que posiblemente hay una mezcla de innato y de adquirido. Ese neandertal nacido entre neandertales sería perfectamente normal. ¡Gracias por tu comentario, muy interesante!

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  1. Guau, qué gran reseña has escrito!! Sin duda, Doris Lessing debía de ser una mujer muy peculiar. No hay más que ver su reacción en ese vídeo que enlazas cuando le dicen lo del Premio Nobel…
    El libro tiene un argumento muy original y también muy perturbador. No estoy embarazada ni tengo intención de volver a estarlo (no soy como la mujer protagonista, con uno me llega, jaja) así que tomo nota. Un abrazo!!

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    1. Vaya Maite, gracias por el comentario, esto me recarga las pilas para seguir 🙂 Sí, Doris Lessing debía ser todo un personaje, aunque el hecho de tener 88 años al recibir el Nobel seguro que influyó en ese aparente pasotismo inicial. Con una vida como la suya y esa cantidad de premios a sus espaldas, imagínate. Le debía preocupar más lo que iba a cocinar con esa alcachofa.
      Espero que te guste si lo lees: la verdad es que sí que es perturbador aunque no tengas el afán reproductor de esa familia (yo tampoco soy como ella, me quedé en dos). ¡Un abrazo!

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  2. Me he saltado la parte central de la reseña porque me gustaría leerlo sin saber mucho. Pero vamos, que tanto la introducción como la conclusión me han convencido!
    El vídeo de su reacción al Nobel es impagable. Con su actitud de «madre mía, qué pereza ponerme ahora a hablar de premios y tal…».
    ¡Gracias por compartir esta novela y tus impresiones!

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    1. Me alegro de que te haya interesado la novela. Creo que vale la pena, aunque no para pasar un buen rato en la playa, aviso 🙂
      Sí, la reacción de Lessing es tal y como dices. Pero es que te pones en su piel y lo entiendes: llegas a casa con el moño desmadejado y tu hijo lesionado y cargando con una alcachofa (disfrutando de sus 15 minutos de fama) y unas cebollas y te encuentras a las cámaras y los micros ahí, impidiéndote llegar a casa. «Oh, Christ» es de lo más amable que se puede decir.
      ¡Muchas gracias a ti por leer y comentar!

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